martes, 17 de junio de 2008

La noche es nuestra

Ella me mira. Ha salido a fumarse un cigarrillo a la terraza. "He salido a la terraza a fumarme un cigarrillo" dice. Yo no digo nada, le miro a los ojos y hago ese gesto con la mano con el que nunca sé exactamente qué quiero dar a entender y al que nadie se atreve a responder de ninguna forma porque seguro que tampoco saben qué es lo que quiero decir. Pero ella se ríe divertida. Se ríe de mí, de lo estúpido que debo parecerle. "¿Qué significa... eso?" e imita mi torpeza. "No sé" le digo. Le sonrío. Se acerca. Me molesta el humo de cigarrillo pero no se lo hago entender, en realidad quería estar solo pero ella ha despertado mi curiosidad. Generalmente las personas detectan en seguida que soy un ser poco sociable. Ella no. O sí pero le da igual. Valoro las dos opciones mientras viene hacia mí. Deber ser lo primero. "Te he visto ahí adentro" le digo mientras señalo la puerta de la terraza. Dentro, sigue el ruído de la fiesta y el rumor de la música de la que apenas sobresalen algunos agudos entre el retumbe de los tambores. "Y ahora aquí afuera" me dice ella "veo que veías Barrio Sésamo de pequeño. Una infancia difícil, ya veo". Empiezo a notar que se arrepiente de haber empezado a darme conversación. Ya no sonríe tanto. Ha dejado de acercarse. La distancia a la que estamos es algo más que prudencial. Es la distancia en la que el radio de su esfera de defensa toca con la mía. No hay invasión. Por una parte me tranquiliza, por otra me siento algo decepcionado, la creía más atrevida. Creí que se pondría a mi lado, apoyándose en la barandilla mirando en la misma dirección que yo. Diría algo así como "qué noche más... " y yo le diría que sí, pero no ocurre eso porque ella se ha quedado a un millón de kilómetros de los dos apoyados, hablando de cosas... sí, cosas. Pero ahora me acuerdo que no sé hablar de casi nada. "Qué noche más... bonita" le digo. Por dios, tuviste que decir "bonita", no había otra palabra, no hubo una conexión neuronal extraordinaria, hubo la interconexión de las dos más cercanas entre sí y éstas acordaron no dar muchas explicaciones. "Bonita", la noche es bonita, la lluvia en Sevilla es una maravilla. my taylor is rich. Dios, no se puede ser más imbécil. Sí, se puede pero no lo voy a decir. Ella parece relajarse. "Sí, hace una noche para salir a la terraza y mirar estrellas". Se relaja. Se relaja y tras un instante de duda, vuelve a acercarse a mí. Se apoya en la barandilla a mi lado. Miramos en la misma dirección, por encima de los tejados de Barcelona. "Me gusta mirar Barcelona desde aquí" me dice "No sé. Estos tejados tienen algo así como vida, desprenden un calor... no sé, un calor casi humano. Me gustaría pasearme descalza por ellos". A punto estoy de decirle que los tejados absorven el calor del sol durante el día y lo desprenden durante la noche pero no digo nada. Siento su piel al lado de la mía, lleva una de esas blusas sin mangas. Quisiera decirle que su piel despierta en mí lo que, probablemente a ella, el calor de los tejados. Me gustaría pasear mis palmas descalzas por el relieve de su cuerpo. Refresca. Una bocanada de aire nos pilla de sorpresa. Se le eriza la piel. Lo noto. La puerta de la terraza se abre. Aperece Fritz. Fritz es alto, Fritz es rubio y tiene los ojos como el mar. Tiene dos carreras, sabe seis idiomas. Fritz es, además buena gente, el yerno que toda madre querría. Fritz apenas sabe español para decir: "Estabas aquí". Viene hacia nosotros. Se apoya en la barandilla, al otro lado de ella. "Es una noche bonita" dice Fritz. "Sí, es una de esas noches en las que uno desea que no acaben" dice ella. "My taylor is rich" pienso yo, pero me callo.
Es de obligado cumplimiento aquello de que si tres son multitud, uno de los tres debe disolverse. Me da rabia, yo estaba antes, los tejados son míos, la noche es mía, incluso la palabra "bonita" era mía. "Bueno, yo voy abajo" digo. Ella me mira, yo la miro. Quiero creer que ve algo detrás de mis ojos, que puede sentir que yo podía recorrer su cuerpo bajo mis manos desnudas. Ella me sonríe y yo me voy. Bajo las escaleras. Al pasar por delante de la puerta del piso de Fritz me detengo. No quiero volver a la fiesta. Sigo bajando las escaleras y salgo a la calle. Empiezo a caminar en dirección a las Ramblas mientras me pregunto si alguien reparará, desde lo alto de alguna terraza, en las calles que serpentean bajo los tejados. Y si en una de esas calles, ella reparará en mí, en mi edad casi de piedra, o si, por el contrario, seguirá mirando sin ver las azoteas, esperando que Fritz se decida a darle un primer beso.