domingo, 17 de mayo de 2020

Longitud de onda


A veces añoro aquella época en que me idealizabas y yo a ti. Cuando no teníamos que vencer la fuerza con la que la gravedad y la costumbre nos empujan hacia la puerta de salida.

Desde hace años no hago más que ver finales de túneles y vías muertas. Llámalo decadencia, paso del tiempo o, simplemente un "es la vida", aunque aún sienta el entumecimiento en los labios de aquel primer beso. Toda magia tiene su truco y el nuestro es que tú besaba bien, ya sabes, siempre hay un prestidigitador dispuesto a aprender un número imposible que convierta lo real en imaginario y viceversa.

Pero lo cierto es que los hechizos tienen fecha de caducidad y no hay antídoto más fácil de obtener que el tiempo. 

Después de ti ya no hubo nadie más. Es decir, sí la hubo, pero ya no fue lo mismo.

Desde hace muchos años, en cuanto nos vamos conociendo, ya sólo pienso en cuándo llegará ese momento: el de la decepción.

No siempre fue así. Creo que, en realidad no, pasó hace tantos años, quiero decir, la primera vez que vi la decepción en los ojos de alguien a quien quería.

Puedo recordarlo. Llovía. Íbamos en coche.

Y si he de ser sincero creo que algo se rompió en ese instante. Algo físicos. Y diría que sé el porqué por que llevo explicándomelo desde hace muchos años como recordatorio de lo que no hay que hacer. 

Pero sigo haciéndolo.

Diría que los últimos años de mi vida es un eterno bucle acerca de eso, de lo que me gustaría que no ocurriera y de lo que ocurre.

Hace años que dejé de intentar arreglar las cosas, de encontrar la fórmula para que no se disuelva el hechizo, quiero decir. 

Sólo espero.

A veces, cada vez menos, pienso en "y si tal vez", y no tengo ni la más remota idea del porquésólo me dura unos pocos días. Luego abandono.

Dicen que si creas expectativas tarde o temprano tendrás que cumplirlas o defraudarlas. Y bueno, yo voy sembrando desde hace tiempo un montón de ellas en todas las cosas que hago: en el trabajo, en la casa, en todo...

Mi padre se fue sin que yo cumpliera las expectativas que había puesto en mí. Me lo dijo poco antes de morir. No sé. Tengo miedo de que suceda lo mismo con todas las personas a las que quiero.

Tengo la sensación de que un día de éstos voy a agarrar lo primero que me pase por delante y dejaré en casi nada todo el trabajo que he hecho durante estos años. Es muy típico de los inventores: que un día dejan de tener fe y tiran por tierra años de esfuerzo.

O al menos eso es lo que leía, cuando era niño, en las novelas de Julio Verne. Y aunque casi siempre todo acababa bien, no sé, creo que tenía la idea de que ese final era algo artificial, un alto en el camino, nunca un cierre definitivo. 

A veces es lo que siento, que nada va a cambiar del todo, que tarde o temprano volverá otra vez lo de siempre; con apariencia de nuevo, pero planteando las mismas preguntas, esperando aquella respuesta que nunca llega.

Casi siempre acabo hablando de lo mismo. Creo que ya no sé pensar de otra forma y suelo enfadarme por ello, porque no me gusta ser ese hombre que duda y que, con el tiempo, se conformó con la vida que sostiene. Y aunque no me quejo de lo que he hecho y a veces me sienta bien con ello, eso no arregla que día a tras día tenga la sensación de que no merezco la mitad de las cosas que me gustaría que me pasaran.

Esa es la gran derrota: no creer que mereces tus sueños.

Y ahí está la fuerza de la vida: seguir soñando a pesar de ello.


No hay comentarios: