miércoles, 14 de agosto de 2019

Sólo existimos cuando alguien nos observa, por eso inventamos la conciencia: para existir al observarnos a nosotros mismos. Vamos, un absurdo.



Dicen que si no os habéis besado en la tercera cita que tienes con alguien ya nunca lo haréis, que todo lo que pasa desde entonces entra en una bruma que hace que las cosas sean del todo imprecisas, dadas a malinterpretaciones. A mí estas cosas siempre me vinieron grandes, entiendo que el amor es un naufragio del que sobrevives apenas si aguantas en la superficie respirando. Nunca pude ganar contra el océano. Es un hecho. Podría decir que no me importa, pero bueno, eso sería mentir y hace tiempo que intento no mentirme a mí mismo. 

He de decir que, al menos, llevo bien esta etapa que dura más de nueve años y que en parte me compensa. No se muy bien el qué, pero al menos me tranquiliza saber que al menos mantengo una inestable estabilidad, a sabiendas que dentro del teorema que implica a dos personas las largas distancias son las más cómodas. No voy a negar que durante unos días volví a tener alguna mariposa revoloteándome el estómago, pero resultó que, como suele pasar, uno es, en realidad una opción entre tantas. En realidad, entre tanta oferta y demanda, no dejamos de ser una posibilidad, y como la paradoja del gato de schrödinger, nos enamoramos y no nos enamoramos al mismo tiempo de una persona que está y no está también al mismo tiempo en la caja de nuestro yo interior.

En cualquier caso, esta vez ha sido distinta a los últimos años, porque por un momento pensé que le interesaba a alguien y, bueno, aunque sea sólo para mantener viva la mini-llama de eso que ahora llaman autoestima, me sirvió para sentir perplejidad y cierta alegría de estar vivo, algo de lo que no ando muy sobrado. Pero de eso, precisamente, no me quejo. Tengo claro que mi reto, mi misión en la vida, está ligado a poder llevar agua segura a quien lo necesite y en ello sigo, me apasiona lo que hago y me levanto temprano por las mañanas con una ilusión incomprensible si vemos los resultados a día de hoy.

Pero eso no quita que de vez en cuando a uno le siente bien que le hagan entender que no es del todo invisible.

Que en el cúmulo de galaxias del universo, entre billones de billones de estrellas, un telescopio se fijó en la mía durante un instante, antes de pasar a otra, porque todos somos exploradores y la vida es demasiado corta, y todos tenemos un lugar en el mundo en cuya parcela siempre crece algo distinto al de las otras, algo extraordinario que nadie más posee y que nos hace únicos aunque sea sólo durante el instante en el que otro nos mira.

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