viernes, 2 de agosto de 2019

El fin



Hace días que A volvió a ese otro punto del planeta desde el que vino a Barcelona. Sigo sin saber si es verdad que vive allí. No me contó casi nada de su vida de ahora aunque intuí cosas en los silencios. Uno sabe lo que calla otro sólo con entender que la distancia entre lo que sabe y lo que desea saber es precisamente donde está lo que el otro no quiere contar. Y eso es la base del respeto, lo que evita prejuzgar, ni siquiera ante las evidencias. Probablemente A estaba casada o vivía con alguien desde hacía mucho tiempo y eso, en realidad, no importa.

Nos vimos trece veces en el mes en el que estuvo aquí. Las calles seguían recordando lo nuestro, volvimos a locales que ya no existían y nos dimos cuenta que la ciudad no nos había echado de menos, ninguna ciudad del mundo añora su pasado tanto como lo hacen sus habitantes que la abandonan y al hacerlo, en gran parte, lo hacen para expiar un pecado imaginario; el de traicionar a sus ancestros, abandonar lo invisible, lo que te liga a un lugar, desatarte de lo que te ata.

Lo que empezó con un inocente café acabó siendo una segunda parte acelerada de otra época en la que aún no habíamos sucumbido a la costumbre de preguntarnos a nosotros mismos si los demás nos verían como nos vemos delante de un espejo.

Partimos la realidad por la mitad para sólo juntar las dos partes la noche antes de que cogiera un avión de vuelta. Uno se engaña si cree que no puede verlo todo en su conjunto. Somos conciencia infinita. Una minúscula parte de esa gran reacción electroquímica que es la vida.

Al día siguiente todo encajó de nuevo, pero de otra forma. Como si al desmontar un puzzle y volverlo a montar hubiera otra imagen distinta a la anterior.

Y la vida continuó con el mismo silencio.

¡Pues claro que cometí el error de enviarle un mensaje!.

Y por supuesto que nunca recibí respuesta.

Ahora es igual que antes, solo que acepté no obtener respuestas. A veces sólo se trata de eso: de renunciar a buscar tener razón.

Sólo se deja de buscar cuando se tiene la certeza de que algo ya nunca volverá.

Eso es todo.

Creo que toda esta mierda de estar vivo se reduce a tener demasiadas expectativas. A encontrar un lugar en el que te dejen suficientemente en paz. No creo que eso suceda nunca.



Algo se borró y bueno, no quedó escrito. Creo en lo invisible, en aquello que el gran guión de la vida prepara en forma de errores.

Por ese error, ella; la chica de lo infinitamente minúsculo nunca existió. Sus frases quedaron suspendidas en algún lugar del que ya no pueden volver de la misma forma ni sentido.

Me pregunto si en otro universo paralelo este post acabó siendo subido entero y si alguna vez la chica de lo infinitamente minúsculo lo leyó.

En cualquier caso, supongo que será para bien.

Todo, en el fondo, es aprender hasta llegar al otro lado de la conciencia.

Estos días son un poco así: reflexión, reflexión, reflexión.

No sé si saldrá algo que merezca la pena.

La realidad es complicada.

2 comentarios:

hécuba dijo...

La realidad es demasiado complicada, Bandini.Y a veces demasiado triste también.

Espera a la primavera, B... dijo...

A veces la vida sólo se detiene en la tristeza para que hagamos recuento de momentos, para que tomemos partido por la experiencia de vivirla.

Al final siempre sigue. Lo peor de todo es que sigue.

Y lo mejor de todo es que el que sigue no es el mismo que se detuvo. Es otro distinto. Otro que echa de menos y es capaz de llevar eso escondido.

Somos lo que hicimos con las ausencias.

En el fondo, la humanidad está hecha de siete mil millones de personas que añoran algo que a veces duele demasiado pronunciar.

PD: Cuando regresas (aunque una vez entre un millón) siempre me convierto en mejor persona de lo que era cuando te fuiste.