viernes, 14 de agosto de 2020

Un lugar en el mundo


Quizá las cosas no sean del todo igual a como las imaginamos, pero esto es mejor que nada, me dice.

Hay un lugar en el mundo que nos pertenece y al que pertenecemos. Ya sabes. Estamos juntos y con eso me basta, dice.

Su avión sale para el otro lado del mundo pasado mañana.

Han cancelado la mayoría de vuelos a San Francisco desde que empezó todo esto del virus, pero aún quedan unas pocas conexiones con KLM y British Airways. Me preocupa que coja el virus. No es alguien de alto riesgo, pero creo que si se enfermara lo desarrollaría de una forma de las más virulentas.

No sé por qué pienso eso.

Me pregunta si me preocupa algo, pero no soy capaz de decirle lo que estoy pensando. Le digo que cuando pensaba que el mundo se acababa, va y aparece ella. Que cuando la conocí en Las Vegas pensé que éramos parecidos, pero luego, cuando supe quién era, fue como si se abriera un abismo entre ambos.

Es una estupidez, dice ( me gusta cómo los americanos llaman estupidez a lo que en realidad es una tontería y eso, aunque poco, me hace sentir estúpido).

Salimos del hotel y me dice que prefiere coger un taxi, porque no sabría cómo explicar que la llevo yo en mi coche, por mucho que diga que quiere invertir en mi empresa.

Se nos nota algo, dice.

El día que nos conocimos ya se notaba algo, le digo.

Se ríe. Le digo que tiene una sonrisa republicana y finge que se enfada.

Hay un millón de estrellas brillando en su mirada. Si no se ha echado colirio en los ojos es que siente algo por mí de verdad. 

Es la primera vez que existe un universo entre otra persona y yo y aún así estoy tranquilo.

Debe de ser la edad.

Al mismo tiempo, tengo muy claro que no dejará a su marido. No, por mí. Tal vez si acabo montando todo ese entramado de tecnología y ella se viene conmigo. Entonces será inevitable, pero de momento sólo soy el tipo simpático con un proyecto interesante. Me cuesta creerlo, pero a veces pienso si soy el primero o si soy el único. 

Se sube al taxi enfundada en ese traje típico americano y su collar de perlas que desentona en una Barcelona en pleno mes de agosto. 

Su taxi se pierde Passeig de Gràcia abajo.

No hay un millón de estrellas brillando en ninguna parte de mi cuerpo. Me pregunto qué estoy haciendo. Si a mi edad era necesario meterme en un problema así.

Puede que mi vida sea hubiera sido de otra forma si no tuviera esa propensión a meterme en líos de los que no se sale fácilmente.

Esta noche hemos quedado para cenar con conocidos suyos. Llamo a S. y le pregunto si quiere acompañarme. Ella lo sabe todo, pero viene porque le gusta estar con alguien como Olivia. A veces pienso que también el gusta, bueno, creo que es evidente que es así...

S. me dice que encantada.

No tengo edad para estas cosas.

 

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