miércoles, 19 de agosto de 2020

Cena en casa de Jean Paul



Dicen que debes tener cuidado con lo que deseas, pero nunca he oído que debes tenerlo igualmente con ser parte de algo que desea otra persona. 

Hace días que me pregunto qué hago en todo esto, asistiendo a reuniones virtuales en medio de una pandemia, haciendo como que sé cosas que no sé si sé, que hablo que porque estoy allí, y sabiendo que no estaría allí si no fuese por Oniria, ella y su sonrisa perpetua, increíblemente serena, dando esa imagen de que es capaz de perfeccionar más aún la perfección.

En lo que sea.

Podría dar romper un espejo y crear un caleidoscopio más bello que la imagen original sin romper. Todo le sale bien. 

Fuimos a cenar a casa de un científico francés, creo que estuvo en el equipo al que concedieron un nobel de física. Noto que le caigo bien, no hace más que hacerme preguntas para saber cuánto estoy dispuesto a admitir que no conozco. Yo le hago preguntas personales, como cómo se conocieron él y su mujer. Para entonces han caído ya varias botellas de vino, claro. 

Cuando nos despedimos me dice que le pida cualquier cosa y él me ayudará.

De vuelta, Oniria me dice, que así soy yo, caes bien y cuando te das cuenta estás deseando dar todo lo que estés dispuesto a admitir, me dice.

Porque la distancia siempre la pones tú. A veces da la sensación que estás muy lejos y que no quieres ir más allá, que en el fondo tienes miedo a darte. Seguramente no le pedirás ayuda, y ese hombre puede darte la clave de la tecnología que estás buscando para terminar la tuya, pero por la manera que tienes de ser, no lo harás. Y él tiene ochenta años, no te va a robar ninguna idea tuya. Sólo desea dejar una huella de su paso por este planeta, dice mientras conduce.

Hasta critica bien, lo hace todo bien. No había conocido a nadie así antes. No sé si la quiero o la admiro, si no soy algo así como un groupie de la tecnología del Valle. Si es sexo mezclado con fondos de inversión o la bella y la bestia. 

Cuando volvemos a su casa, entro y saludo a su marido. He dejado mi coche en el parking de su casa. 

"Hemos ido a casa de Jean Paul, quería que se conocieran" dice al entrar.

Al marido de Oniria también le caigo bien. Sabe que no puede tener mucha relación con los socios de su mujer porque trabaja en un gran banco que financia proyectos en los caben proveedores como yo. Él también trabajó para ONU y hablamos del proyecto. 

A veces pienso que sabe lo mío con Oniria, pero que por alguna razón hace tiempo que ha admitido que eso es lo mejor. Quizá no le interese el sexo, o piense que ya no está para estar a la altura de las expectativas. Hay hombres a los que el deseo de una mujer le echa para atrás. 

El deseo del otro siempre es ajeno a nosotros, nos gusta desear, pero nos puede parecer sórdido ser el deseo de alguien exageradamente expresivo y dominante. O al revés, no sé. No se me da demasiado bien averiguar este tipo de cosas.

Nos sirve algo y bebemos los tres en el jardín de su casa. Tiene unas vistas maravillosas sobre Barcelona. Hablamos de casi todo menos de trabajo. Habla de sus hijas y me pregunta por mis sobrinos. Me dice que sería buena idea que fueran a Estados Unidos a estudiar, no ahora, claro, más adelante, cuando el bicho se pueda controlar.

Si se llega a hacer, dice.

Entonces suelto eso que un buen amigo economista también, pero aficionado a la astrología, me dijo hace unas semanas: que llega algo más que agravará la situación a finales de año.

Y hablamos de lo que haríamos si supiéramos que el mundo se iba a acabar dentro de dos meses, y todos pensamos en que trataríamos de estar con las personas que nos importa y celebraríamos estar con ellos. Todo tan americano y tan perfecto... me dan ganas de llegar a casa y comerme unas migas para volver a ser yo.

A veces cuando llego a casa noto que tengo tensos los músculos de la cara de tanto sonreír. Y es una sensación que no me gusta. 

Es como quitarse físicamente una máscara que oculta quién soy.

Daría lo que fuera por poder ser yo, pero entonces viviría casi todo el tiempo encerrado en casa como esos jóvenes japoneses que no salen nunca de casa, con la excepción de que a mí me gusta el contacto humano, las charlas alrededor de una mesa y las anécdotas.

Siempre cuento la anécdota de cómo conocí a Oniria.

Pero soy incapaz de explicarle a nadie que hace una eternidad y media que cuando me quito la máscara en la primera persona en la que pienso eres tú.




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