lunes, 26 de septiembre de 2011

Diario íntimo de la avaricia


Quedo para cerrar un negocio, con alguien a quien conozco desde hace años, le planteo el negocio del agua, le presento los equipos y las posibilidades. Esa persona es extranjera aunque lleva casi treinta años en España. Se va dos meses a su país (emergente) y me entero que desde allí se me ha saltado, a mí me dice que no le interesa, sin embargo desde la otra parte del mundo escribe correos codiciosos a mis representados. Pues eso, quedamos cara a cara... me dice que quiere ganar más que el cliente y el fabricante. Le pregunto que qué aporta y se tiene que callar. No puede aportar nada porque ni siquiera conoce ni cómo funciona.

En sus ojos veo brillar la avaricia: no arriesgar, no crear, no conocer, no transformar, no generar algo valioso para la humanidad. Sólo dinero. Llamo a quien me puso sobre aviso: El fabricante. Le doy las gracias, me dice que no me preocupe, que les molestó la maniobra en cuanto lo vieron y por eso me avisaron, que pase lo que pase me tienen en cuenta. Les digo que no envíen más información hasta que no hayan cerrado el contrato. Porque yo sé mucho más de ambas partes de lo que ellos creen.

Me da igual. Sigo a lo mío. Pero me da rabia. Todo el mundo busca dinero para tener mucho más dinero, a mí me entran con la idea de hacer la máquina de potabilizar agua, deben pensar que soy un iluso porque tengo entre las manos una tecnología buenísima y "sólo" se me ocurre hacer una potabilizadora. Igual sí soy un iluso. Necesito seis mil euros para acabar el prototipo y crear la patente de uso y no los tengo. Se acabó compartir la información. Quería ganarme su confianza porque tiene acceso a contratos en África y América Latina. PEro ya veo por donde van los tiros. Busco otras opciones. Empezar de nuevo.

Mañana tengo otra reunión con la misma persona para otro negocio medioambiental con otro fabricante. También de una tecnología patentada. ¿Cómo blindo esto ante la avaricia sin escrúpulos? (¿y sin conocimiento?) Me siento sucio sin saber el porqué. Claro que quiero tener dinero para que mi familia viva bien, claro que quiero poder financiar todo lo que pueda y no tener que estar en esta espera o a merced de los bancos... pero una cosa es...

... me pregunto en qué mundo me he estado moviendo. Me pregunto si yo no seré, en el fondo, alguien igual a ellos. No me gusta. Si quiero el modelo de uso es para poder controlar que llegue a donde tiene que llegar. No sé. Creo que se me olvidan pasos, creo que se me ha olvidado confiar.

Me niego a creer en que pagarán justos por pecadores. Ahora mismo necesito confiar.

Tengo que decir que cada vez que pienso en la novela también me siento sucio, cada vez que escribo algo me siento como si me pusiera al frente de un egoísmo personal y malvado, me cuesta pensar que no tengo para desarrollar la máquina, que no tengo para ni casi pagar la hipoteca y pueda tener momentos minúsculos de felicidad.

Me gustaría que algo me saliera bien y pudiera ganarme el derecho a una mínima porción de satisfacción, a salir de esta cárcel.

Sé que me estoy centrando. Lentamente, sin hacer ruido. Me centro al mismo tiempo que me aíslo.

He dejado de creer en el ser humano que conozco, pero me niego a creer que lo que conozco es todo. Todavía tengo la esperanza de encontrar gente con la que poder colaborar sin miedo a avaricia o mentiras, a falsas promesas para obtener algo de mí.

Pero sigo ahí, sobreviviendo que ya es mucho, con la esperanza intacta, acumulando proyectos, escribiendo un artículo para una revista técnica, tratando de conseguir ese proyecto que me financie mi máquina y con el que salir de todo esto.

Y esperando a la musa. A que se haga mujer, a la que le importe más que el agua llegue a regar los campos que la longitud de su falda. Con el tiempo he llegado a la conclusión que sólo puedo querer a alguien que vea el mundo como yo. Supongo que a todos nos pasa lo mismo. Si repaso los personajes de la novela, cuando él salva a María lo único que hace es dejar que María lo salve a él. Pero yo no soy él, yo no le llego ni a la suela de los zapatos.

Y ya me estoy extendiendo demasiado.

Ulises se acerca a mi mesa y reclama mi mano. Hay por ahí un dios de las caricias, un dios que vive entre las palmas de las manos y la piel de otro, en los ojos y en la mirada tranquila y serena. Y llega Penélope. Me costó casi seis años que se dejara acariciar, apenas nota la mano ya se quiere ir, pero regresa, atea de ese dios de las caricias, no creyente por que ella sólo cree en Ulises.

Supongo que escribir en un blog es lo más cercano a la locura.

1 comentario:

Tonta dijo...

Me encanta pensar que todavía hay personas como tú.
No cambies, plis!!!