martes, 27 de septiembre de 2011

La niebla


Me dice que todo se pierde, que yo pierdo, que nuestras cosas se pierden en la niebla, que el pasado es una gran bruma donde los muebles más distantes ya no pueden verse. Me dice que sí, que escribir es la mayor de las locuras, que en algunos corazones caben más palabras que sentimientos, y dice que ya no le pertenezco, que ya nada vuelve a ser lo que se ha sido. Y por alguna razón que, aun pensándolo con detenimiento se me escapa, sé que tiene razón.

Por la noche a Ulises le da uno de esos ataques de "cariñositis" aguda. Penélope se acerca a cierta distancia, a veces creo que tiene miedo a esa gran mano vengativa del dios de las caricias, porque quien te da también te quita. A veces pienso que no me perdona todos los años de viajes continuos, esa soledad "a deux" del piso vacío, de la terraza cerrada, el sofá como único lujo, los días de lluvia, el no poder saciar su curiosidad de gata de ojos verdes y asombrados, la no vida familiar de una familia nada más que proyectada.

Me dice que todo se pierde, que yo pierdo, que en algún lugar existe un tiempo detenido en una estación, como un tren averiado que ocupa la vía por donde deberían pasar los otros trenes que, fastidiados, deben recorrer otras vías. Me dice que hemos perdido la única oportunidad de salvarnos. Y entonces, no sé el porqué, me viene a la cabeza la idea de que todas las vías son vías muertas y me nace una rabia infinita como si hubiera una fuerza interior que pudiera alargar infinitamente el destino, como si el final fuera, en realidad, sólo una minúscula parte del camino, donde la felicidad es un campo de amapolas a 100 kilómetros por hora, donde se puede volver hacia atrás para recuperar los muebles de entre la bruma, donde a quien se quiere permanece ahí, escondido, al que sólo llamarlo provocará el vaho de nuestras bocas húmedas y calientes como una selva.

Me dice que añorar es la peor de las melancolías, que es mejor no hacerlo, que es mejor no tratar de rescatar tesoros hundidos en la memoria. Que es mejor mirar hacia adelante. Y por primera vez le hago caso sabiendo que cuando ella mire hacia atrás, desoyendo su propio consejo, ya no podrá verme.

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