jueves, 7 de abril de 2011

Mañana de primavera


El tiempo se detuvo lenta y silenciosamente y pareció como si se condensara en gotas como el rocío lo hace sobre la hierba. Yo había salido a la calle abrigado con una chaqueta vieja y todavía hacía el frío suficiente como para que el vaho saliera de mi boca y se perdiera de inmediato y con él el calor de mi cuerpo. Caminé deprisa hacia el ambulatorio, con la excusa de que llegaba tarde fui entrando en calor. Algunas gotas de sudor me recorrieron la espalda cuando llegué al vestíbulo del C.A.P. nord.

Me extrajeron cuatro tubos de una sangre espesa y oxidada mientras la enfermera se enfrentaba al roce fortuito de mi mano contra su muslo. No quise (o no pude) sonrojarme, noté que empezaba a hacerme falta con qué hacerlo. Alguien hablaba en otro box de si era la primera vez y una voz de niño decía que no con la cabeza, no recuerdo si tenían puesto algún tipo de hilo musical, la chica de las agujas me preguntó si estaba bien y yo le dije que sí. Y era cierto.

Después de aquello salí de nuevo a la calle, volví a casa. En veinte minutos la temperatura había subido lo suficiente como para que no reparara en ella, no sé por qué esta vez no noté el frío. Quizá es que el sol había irrumpido con fuerza. Eché de menos las horas oscuras, las cuatro y media de la mañana y su silencio, la voz que me decía que era el momento de levantarse, las manos invisibles del fantasma de mi abuela apartando de mí las pesadillas para niños, arropándome como lo hacía con mi padre cuando era el pequeño de la casa. Lo supe entonces como lo sé ahora, no se muere del todo mientras haya alguien que te recuerde o te necesite. Es curioso el amor y lo que conlleva. Es curioso que el amor sea el único vínculo que no desaparece del todo aunque no esté a quien se ame.

Luego me acordé de ella, es decir; mientras caminaba pensé en ella, en ese ella de Moriría por ella, en sus palabras y sus gestos, en su risa casi nunca abierta del todo, en su voz perdida, en su insegura seguridad de la palabra certera, en la memoria prodigiosa de sus manos sobre mi cuerpo, en la de las mías sobre toda ella y que, como en un truco de magia, desapareció al instante ante la atónita mirada de los que nos conocieron.

Luego decidí que esta tarde me haría de plomo y escribiría algo sin alma, esto que escribo, y bajé al ayuntamiento a entregar una documentación atrasada. Me perdí entre las horas y las calles, me comprometí a volver a la semana siguiente con un proyecto que debería tener casi listo y que apenas he empezado. A media mañana la velocidad de la luz atravesó mi ventana y se detuvo como lo había hecho el tiempo a primera hora.

Y algo, sin saber cómo, se estrelló como un cristal contra el suelo. No sé aún que es, no sabría decirlo con total seguridad. Sólo sé que llevo horas sin atreverme a preguntarle al polvo si existe de verdad, en algún rincón, toda esa primavera que estaba esperando y que no llega, Bandini.

1 comentario:

Las Espirales de Brígida dijo...

No se si esta entrada es mi favorita de las que he leído hoy.
Es preciosa.
La releeré en este instante...
Beso
Steffie