miércoles, 23 de febrero de 2011

La vida en pantalones cortos


La vía láctea parpadea entre las hojas invisibles de los plataneros del Paseo Verdaguer, las baldosas de terrazo exhalan un olor a humus, como si por un instante, el centro de la ciudad se hubiera vuelto bosque. Los ancianos del Casal d´avis han desaparecido de los bancos desde que trasladaron la residencia a las afueras, lejos del corazón de la ciudad, como si al hacerlo quisieran rejuvenecer el centro sin conseguirlo, sólo lo han dejado vacío. Un hueco dentro de un pecho de costillas de asfalto.

Recuerdo a mi abuelo sentado en un banco, hablando con sus nuevos amigos, inmigrantes como él. Lo llamaban señor Manuel porque llevó durante muchos años un sombrero elegante, porque cuando hablaba él los demás escuchaban, porque había vivido una guerra desde dentro y porque el doctor Rius se paraba a hablar con él cuando se encontraban por la calle ante la admiración de sus amigos. No en vano se habían salvado la vida mutuamente durante la guerra a pesar de pertenecer a dos bandos opuestos y estar lejos de sus casas.

Mi abuelo siempre tenía caramelos de eucalipto en los bolsillos. Unos caramelos pequeños y delegados, cuadrados y envueltos en papel blanco que, con el calor, se pegaba y era imposible desprenderlo y había que comérselo con trozos de papel pegado. Luego, con la saliva se iban. Yo tendría entonces cinco o seis años e iba siempre de la mano de un adulto, de mi madre o mis tías, siempre camino del médico o a la vuelta. Mi abuelo decía que yo tenía conversaciones de adulto y creo que aprendí a leer antes que mis compañeros de colegio porque aquellas historias de los libros eran las mismas que oía contar a mi abuelo.

Cada vez que paso por el paseo Verdaguer y veo los bancos vacíos en invierno, me acuerdo de mi abuelo y su sombrero, de su boina luego, cuando el doctor Rius le hizo entender que en esta parte del mundo ya no se estilaban las elegancias señoriales que proporciona un buen sombrero.

Me acuerdo de su pelo blanco y fino, de sus ojos azules inteligentes y fieros, de su voz ronca, de su cuello recio, de su cojera y de sus bastones de pan y su vino blanco de las comidas; del olor de sus manos, de su petaca de tabajo picado y de sus cigarrillos liados, del baúl en donde cabían todas sus cosas, de la luz que siempre entraba por la ventana de su habitación por la mañana en primavera, de su aguardiente de cazalla bajo llave, de su constumbre antediluviana de conservar la palangana donde se refrescaba o se lavaba. Recuerdo de mi fascinación por su dentadura postiza en un vaso en su mesilla de noche, de su forma de llamarme para que vieniera si estaba en casa, del respeto que su voz suscitaba cuando su voz ya sólo era una sombra de lo que había sido.

Entre estas cuatro paredes, en este trabajo mío, a veces, me asalta la idea de que, en cierta forma, yo me parezco un poco a él, y que, en el fondo, cada uno absorbe un centésima parte de la personalidad de otro sin darse cuenta, que no son tiempos para vivir sujeto a valores quijotescos, que vivimos la vida partida en dos como un melón, en la que cada parte pertenece a una realidad y a una fantasía. Una fantasía que nos envuelve en el parpadeo de la vía láctea entre las hojas invisibles de los plataneros que siguen ahí después de cuarenta años y que seguirán estando cuando ya no quede nadie de los que estamos ahora, una fantasía que crea a partir de la nada un todo, la imagen de nuestro lugar en el mundo y por un instante el olor a caramelo de eucalipto y el sabor del papel pegado a él.

A veces me pregunto si seré capaz de compartir todo esto o si se perderá para siempre en estos melancólicos posts de blog perdido como una gota de agua en un océano de palabras.

Y sé que cuando lo lees, algo de esto te impregna, que no muere del todo cuando al cabo de los días, ya ha perdido la fuerza de la novedad. Quizá escribimos sólo para esto, quizá sólo leamos para sentir la emoción, para no rendirnos a la rutina y al tedio.

Seas quien seas, si has llegado hasta aquí, te has ganado mi respeto.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué tiernos y emotivos recuerdos con tu abuelito! Los abuelos son un tesoro. Yo tuve la gran suerte de disfrutar de él y siempre aprender mucho de sus enseñanzas narradas a forma de cuentecito, hasta hace 5 meses. Y cuando se fue en sept. pasado me costó horrores que se hubiera ido, estaba acostumbrada a tenerlo ahí siempre (el buen hombre murió con 98 y medio, que no es poco...).

Muy bonita la descripción de todos esos recuerdos, Toni.

Mi abuelito, como el tuyo, tb llevaba siempre en sus bolsillos esos caramelillos de eucalipto, y mi abuelita, en vez, en su bolso llevaba Pastillas Juanolas.

¡Ay qué maravillosos recuerdos! Gracias por compartir este texto con todos nosotros.

Petonets,

Amber

Mía dijo...

Bonitas palabras que brotan de los mejores recuerdos que uno pueda tener....La infancia.
Los abuelos son, siempre, aquellos hombres a los que no sentimos envejecer, por más que el tiempo pase por ellos como en el resto de mortales....
Pelo cano y ojos grises...Así recuerdo al mío.
Siempre con caramelos de eucalipto y palabras que se envolvían de la serenidad , el temple y la experiencia de la vida ya vivida....
Un saludo.
Gracias.
Ciao.
;-P

Anónimo dijo...

Puedo imaginar como se te ilumina la cara mientras escribes este post.
Un abrazo
BLAU

Espera a la primavera, B... dijo...

Ellos viven a través nuestro, a través de todo lo que nos dieron, de todo lo que nos enseñaron. No sólo llevamos sus genes, llevamos su concepción del mundo... y seguramente, llevaremos caramelos de eucalipto en los bolsillos cuando tengamos nietos.

Besos, Amber

Espera a la primavera, B... dijo...

La infancia es como la patria para los emigrantes: uno la abandona para siempre pero en su corazón siempre la añorará.

Todos tenemos una patria común.

Y un mismo dios: nuestro abuelo querido.

Espera a la primavera, B... dijo...

Yo puedo ver tus ojos verdes mientras imaginas como se me ilumina la cara.

Hace días que no nos vemos.

Las Espirales de Brígida dijo...

No se pierde nada, aquí lo estoy leyendo.
Escribimos para expiar, para leernos, releernos, curarnos, sanar, emocionarnos...si, para emocionarnos, desenojarnos, entristecernos, olvidar, recordar, vivir y morir.

beso
S

Anónimo dijo...

y tú el mío