viernes, 26 de diciembre de 2008

Tienes que ser fuerte


Cuando llego al edificio de Carmen tiene su "negocio" son las seis de la tarde. Al entrar por la puerta y subir por las escaleras me cruzo con una de las chicas, me mira y me sonríe. Tiene la piel tan blanca como María, tan blanca que a la luz del sol se le transparentarían las venas azules de los párpados. En la penumbra de la escalera sólo lo intuyo. Me sonríe con estudiada picardía, baja la cabeza y me mira de reojo con sus ojos pintados de colores oscuros, indefinibles en tan corto espacio de tiempo. Imagino sus muslos, no sé por qué, delgados y prietos como dos columnas del mismo mármol blanco que el resto de su cuerpo. Y entonces caigo en la cuenta de que todas las chicas que he visto en el local tienen un color parecido de piel, que todas se parecen a María. Tengo claro que María es el modelo y el resto son copias, que María es la matriz y las otras chicas manipulan la luz que acaba reflejando en su cuerpo. Y empiezo a intuir que todo forma parte de un plan determinado, que alguien ha descubierto y está explotando algo completamente nuevo, algo tan sutil que no me había percatado hasta entonces. No lo sabré si alguien no me lo cuenta, el motivo de esa nívea blancura de la piel de las chicas de Carmen responden a una pregunta que yo no sé ni si tan sólo existe. Quizá María sepa algo, quizá María tenga algo parecido a una respuesta.
La puerta del piso de Carmen está cerrada. Me la juego y decido no llamar, la abro con la tarjeta de crédito sabiendo que Sansón puede estar esperándome detrás con algo que, en sus manos, sería peor que la muerte. Pero tengo suerte. Sansón no está. Al no ver su coche en el parking supuse (esta vez bien) que habría salido a hacer algún recado a o con Carmen. Voy a la habitación de Sansón y le cojo la ropa que llevaba la noche anterior en las bolsas. Aún no las ha sacado de ellas. Salgo al pasillo y escucho por si hubiera alguien más. No hay nadie más en la casa, o si lo hay permanece en silencio y está esperándome en alguna parte. Voy hacia el cuarto de María. Abro la puerta y allí está ella, sedada, como un náufrago en un mar de pesadillas, a flote, esperando a que le llegue el último aliento o a que le saquen de allí y la pongan a salvo. Me siento a su lado, en la cama. "María, despierta, es importante" le digo. María entreabre los ojos y me mira ¿me reconocerá? Sonríe, y quiero creer que eso es la señal de que sí. "María, escúchame bien. Tengo que irme. Cogeré el dinero y me iré". "Llévame contigo" me dice. "No puedo, mi niña" le miento. María se echa a llorar, es un llanto desesperado y sin fuerzas, son lágrimas de impotencia, son lágrimas que sé reconocer en seguida porque me recuerdan a todas las que se me han escapado alguna vez. "María, tengo que contarte algo" y me acerco a su cara y se lo digo al oído. Tiene que ser fuerte, tiene que aguantarlo todo, no debe derrumbarse. Ella me escucha y me mira con rabia porque la dejo allí mientras yo me voy con el dinero. "Sí, mi niña, pero aquí no acaba todo". Y ella me mira desde el fondo de sus ojos oceánicos y noto como crece en ella una determinación, veo que ha decidido algo, no sé el qué. Y yo le pregunto y ella responde, sabe todas las respuestas tan bien como yo mis preguntas. Le acaricio la mejilla y le seco sus lágrimas. "Llévame contigo" suplica. "Volveré a por ti, te lo prometo" le digo mientras pienso en la promesa que le hice a Cris cuando le dije que haría que se reuniese con su madre y que nunca cumpliré. "Te lo prometo, María. Pero prométeme que aguantarás". Ella asiente con la cabeza como una niña buena, como si el gato se le hubiese comido la lengua. Me mira fijamente. Ya no llora. Hay algo en ella que me hace quererla, que me obliga a abrazarla y decirle que no dejaré que le pasa nada. Le doy un beso. Dios mío, es como besar a una mujer que da su primer beso. Me estremezco. Me levanto, cojo las bolsas y salgo de la habitación. "Sobre todo, aguanta. No lo olvides. Aguanta". Cierro la puerta tras de mí y salgo del piso, bajo las escaleras y meto las bolsas en el maletero de mi coche. Me subo y lo pongo en marcha mientras saco el papel con la dirección a la que debería ir Sansón. María me ha dicho cómo llegar hasta allí. Salgo del parking y me dirijo hacia la casa de la dirección. La tarde va cayendo mientras mentalmente sigo las indicaciones de María. "Sé fuerte mi niña" me repito una y otra vez. "Aguanta".

1 comentario:

* Sine Die * dijo...

Sigue, plís...¡que siempre lo/la dejas en lo mejor!

:)

Besotes, toni...y buena entrada de año! :)