viernes, 5 de diciembre de 2008

Razones


Era ella. La oscuridad. Era ella y me decía que había llegado al final de mi viaje. Ahora le diría que Cris la buscaba, que el chico quería volver a su lado y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, que nos escaparíamos los tres muy lejos, a donde nadie pudiera encontrarnos. Sin embargo, aquella mirada suya quería darme a entender que por fin había encontrado lo que había estado buscando y que no permitiría que nadie llegara para arrebatárselo. Y yo había venido a eso, precisamente, a decirle a todo ese nuevo mundo suyo que confiar en ella era peligroso, que confiar en ella era saber que un intruso se colaría en el corazón de aquella sociedad tenebrosa sólo para buscarla. Y si alguien era capaz de hacer eso, si alguien había averiguado su paradero (era demasiada casualidad haberla encontrado como para que alguien creyera que había sido sólo fruto del azar) es que cabía la posibilidad de que vinieran más y más en su busca y eso no era lo más adecuado para un club social como ese. De eso hablaba la voz masculina que oí desde el pasillo, la voz alterada por ver allanada su casa, su mundo. A eso sólo le quedaba una respuesta posible de ella: "Tranquilo, me desharé de él, dejará de ser un problema, lo prometo". Y allí estaba yo, con la conciencia de que todo el tiempo que habíamos pasado juntos, que aquél sucedáneo de amor que habíamos vivido no era nada. Sólo contaba el presente y en ese presente no existíamos ni Cris ni yo. Éramos un estorbo, una piedra que sacar del zapato para seguir caminando.
"Aquí he encontrado lo que buscaba. Paz, tranquilidad, sosiego, llámalo como quieras. Aquí me siento bien. Estoy con un hombre que me quiere y me da todo lo que deseo. A cambio pide muy poco, me pide que sepa fingir que yo también le quiero. Y en cierta forma no tengo que hacerlo, es un buen hombre, alguien que entiende mi libertad y que no me está juzgando constantemente, y con el que en estos meses he sabido compenetrarme, yo se lo explico todo, a él le gusta que se lo cuente todo. No sabes hasta qué punto unen los secretos" dijo mientras se relajaba sobre el respaldo de la silla y me lanzaba una de aquellas miradas que se sabían cómplices. "No sé cómo me has encontrado pero te pido que te vayas. Esta vez mi marido no dirá nada a Garr. Le he pedido que no lo haga, le he dicho que te irás y no volverás nunca más. Si regresas te matarán y yo no podré hacer nada porque estaré en evidencia. Esto es algo muy grande y nadie que entre en contacto con ello debe ponerlo en peligro". Al decir la palabra marido, dirigí mis ojos a sus manos. Un anillo de casada. Ese maldito anillo que nunca tuve la menor oportunidad de que llevara por mí porque yo sólo era el estúpido que aguantaba todo lo que ella quería hacerme y una mujer no se casa con alguien entregado como yo, sólo lo utiliza como un objeto cotidiano, como una escoba, como un peine, como la exprimidora del zumo de naranja de las mañanas. "Es el hombre de la silla de ruedas ¿verdad?" le pregunté. Hizo un gesto de aprobación. "Veo que has hecho los deberes. Sabes demasiado, será mejor que aproveches la oportunidad que te da para que te vayas". "¿Y que pasa con Cris?" le pregunté. Fue un golpe bajo, un golpe que encajó mal y que hizo mella en su puesta en escena de mujer segura de sí misma. "¿Cris?" dijo "Cris estará bien con su vida normal, en su vida sin sobresaltos y sin secretos". "¿Seguro que lo haces por él y no por ti?" le dije al tiempo que descubría la puerta por la que había salido el hombre de la silla de ruedas. "Cris murió el día en que se lo llevaron los servicios sociales, el día en el que me lo arrancaron. Y ese día Cris nació de nuevo y nació a una vida mucho mejor de la que le habría podido dar yo jamás". "Y por eso abandonaste" le dije. Ella se quedó en silencio. "Tú y yo nunca podremos tener una conversación normal" dijo al cabo de un buen rato "tenemos demasiada mierda que echarnos encima el uno del otro, sobre todo tú. Y eso que no lo sabes todo. Me odias. Crees que no podías pasar sin mí porque me querías pero en realidad no podías pasar sin mí porque me odiabas. ¿Sabes? Si hubieramos vuelto tú y yo hubiéramos tenido una vida triste, una vida de silencios, de cosas que no se dicen hasta que uno de los dos revienta un día. Llevabas demasiado tiempo guardando reproches, y todo por lo de Cris. Siempre me ibas a recordar, aunque fuese sólo con tu presencia (el cómo ya te encargarías) lo mala madre que fui, lo mucho que os jodí la vida a Cris y a ti. No tengo ganas de arrastrar esa culpa todo el tiempo ¿crees que no lloro cuando me acuerdo de él? A veces me duele tanto que sangro agua por los ojos, a veces tengo tantos remordimientos que me arrancaría la cabeza para dejar de pensar pero me consuela saber que Cris tiene un techo bajo el que cobijarse y del que no deshauciarán por no pagar el alquiler, me consuela que tendrá su cuarto, sus amigos, sus estudios, un futuro, que no tendrá que cuidar a una madre medio loca que no tiene conciencia de lo que está bien y de lo que está mal, que podrá dedicarse sólo a cuidarse de sí mismo y de sus cosas cotidianas. No sólo tú quieres a Cris. Y quererlo no significa ocuparse de él, significa darle una vida más cómoda, una vida mejor".

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