viernes, 5 de diciembre de 2008

Su aliento de helado de niebla


El pasillo estaba en penumbra. Las halógenas que la noche anterior lo iluminaban estaban apagadas y sólo las luces de emergencia, tristes y somnolientas daban forma a las paredes y a las puertas cerradas de a cada lado. Me pregunté qué casa particular tiene luces de emergencia y supuse entonces que quizá aquella casa era, en realidad, la sede de algún negocio, de algún club público además del club privado al que me había asomado sólo hacía unas horas. Noté la misma sensación que entonces, alguien me observaba, había cámaras tan ocultas que yo no podía intuirlas. Alguien desde algún lugar de la casa veía mi imagen avanzando por el pasillo y ese alguien debía estar esperando a que yo llegara a algún punto en el que me fuera imposible volver a atrás. A mitad del pasillo vi una puerta abierta de la que salía una luz intensa. Alguien hablaba en su interior. Una voz masculina. Una voz masculina y enfadada que le hablaba a alguien que escuchaba atentamente. Luego, el sonido de una puerta al cerrarse me indicó que uno de los dos (el hombre enfadado o el ser misterioso que escuchaba) había abandonado la habitación por otra puerta. Sabía que probablemente era una trampa y me sentía como esa clase de insectos que van irremediablemente hacia la luz que les ha de fulminar o como el gato al que le puede la curiosidad y la fe en su rapidez para salir disparado al menor signo de peligro. El caso es que llegué al quicio de la puerta y me detuve sin que pudiera ver nada de lo que había dentro de la habitación y sin que la persona o las personas que quedaran dentro pudieran verme a mí. "Te estaba esperando" dijo su voz. Podría decir que me había cogido de sorpresa y probablemente alguien, en algún lugar, me creería. Pero si he de decir la verdad lo que me inquietó no fue oír aquella voz sino el frío que desprendía. Aquel frío se me metió en los huesos, aquel frío ya no me abandonaría hasta que volviera al lado de María y sus palabras me tranquilizaran, me devolviera, de nuevo, el calor de mi alma. "Pasa, hace tiempo que sabemos que estás en la casa. Imagino que has venido a verme así que será mejor que lo hagas. No hay peligro. No me he comido todavía a nadie" dijo en el mismo tono de voz.
Avancé un paso y miré dentro de la habitación. Allí estaba, esperándome, con una mirada tan de hielo como sus palabras. Sonrió (levantó ligeramente la comisura derecha de la boca) y me indicó con la mano que entrara y cerrara la puerta. Entré pero sin cerrar la puerta. "Estabas muy elegante con el smoking esta noche. No te quité el ojo de encima. Tú no me viste, lo sé. Estuve muy cerca tuyo, tan cerca que si hubieras querido hubieras podido poseerme pero te fuiste. Siempre tan correcto, siempre tan aburrido" dijo sentándose en una silla al otro lado de una mesa. "Tan aburrido" repitió. Y entonces el bicho empezó a decirme algo al oído, algo que era como una advertencia y la formulación de un deseo al mismo tiempo: "Eres un imbécil, sólo sirves para que te hablen así. Sólo sirves para que ella te desprecie así.

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