martes, 2 de diciembre de 2008

una genuflexión


Me dicen que este blog es triste, que sabe salado, que esconde nubes y puestas de sol por los rincones. Y puede que tengan razón quienes dicen eso, sí, el blog es tan triste como esta tarde de martes que amenaza con precipitarse con rapidez hacia el crepúsculo. A veces me pregunto hasta dónde llegaré, como si este blog fuera un mar y yo lo navegara en un bote a vela y de una sola plaza. Me pregunto si habrá una costa a la que llegar y descansar tranquilo.
Este blog nació de dos acontecimientos: el primero lo dice el título: Moriría por ella, y nace de la desaparición de mi vida de uno de esos pequeños grandes amores a los que luego suelo encadenar un rosario de recuerdos porque, ya lo habréis notado, soy un tipo propenso a la nostalgia; la nostalgia me gusta, me envuelve como una manta, me da calor, me protege del frío día a día, de los hombres-muñecos de nieve, de las estatuas de hielo. Ella llevaba un libro bajo el brazo: la vieja sirena (de José Luís Sampedro). ¿Sabéis? A veces uno se puede enamorar de un personaje de novela. Yo lo hice.
El otro acontecimiento fue ver la película Sin City y su forma de contar la historia. Me acordé de las noches de bares sucios de hace algunos años, cuando aún tenía edad de bordear el peligro sin demasiada conciencia de él. Aquella voz trajo mi otra voz, sacó al bicho de su letargo y el bicho pensó que quizá era el momento de escribir algo juntos. Luego el bicho se durmió en el sofá del tiempo y la historia se fue diluyendo, empecé a tenerle miedo y poco a poco se traspuso entre los papeles que siempre andan por encima de las mesas sobre las que malviven mis objetos cotidianos. El personaje dejó de ser el que era y se convirtió en una sombra; una sombra de la que huyo y que hace que últimamente, pase las noches fuera de casa. Coincidencia, nada rutinario. Cenas, salidas, borracheras inhumanas, esperas, cansancio, dolor de vista, dolor de vida... echando de menos que mis manos exploren una piel desconocida bajo una ropa fastidiosa, ese espacio donde mi alma encuentra su vocación y su condena, ese lugar al que regreso una y otra vez a mi pesar en busca de calor como un heroinómano busca la calma para su sufrimiento en el fondo de una jeringuilla y donde convive con la muerte. A mi vida le hace falta algo que la rasgue y mientras lo espero, se me escurre el tiempo entre los dedos. Soy optimista, espero activamente, saludo al destino con la mano cuando pasa por delante de mí. Soy uno de esos idiotas que creen en la estúpida ley de la atracción y en sus jodidas consecuencias. Bendita ignorancia la mía, las cinco de la tarde, se hace de noche, tengo que hacer planos, mañana voy a Zaragoza.

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