lunes, 24 de noviembre de 2008

Un hombre


He nacido en una estirpe de hombres que han poblado los caminos aún antes de que éstos existieran; ellos los crearon con sus huellas y nacieron sus hijos a un lado y a otro como la hierba, de mujeres que conocen los secretos de la tierra, que son hijas de la luna nueva, que han traído al mundo, antes que a mí, a otros como yo que también fueron y serán de los caminos. ¿Qué es el mundo sino parir, crecer, partir?
He nacido en una fuerza mayor que la que pueden hacer todos los brazos de todos los hombres que se llamaron como yo, he crecido en ese gran secreto del que nadie habla (como si al nombrarlo se rompiera el hechizo que lo envuelve y hubiera la posibilidad de que se desvaneciese en la niebla), he crecido con el don de leer las nubes, saber qué ocurrirá cuando llegue el día y la hora que yo señale. He crecido en la sabiduría del silencio, de la contemplanción, de la soledad. Podría estar asustado pero las gentes de los caminos no tenemos miedo, estamos acostumbrados a que el polvo sea lo único seguro que llevamos toda la vida encima.
Se acerca un gran frío. Lo presiento. Me duelen los huesos y el alma. Eso es lo que significa que llegue el gran invierno. Ahora mi vida pertenece a los elementos, a ellos entrego el don. Hoy es uno de esos días grises que llaman a las almas a sentarse alrededor del fuego.
Estoy a punto de encontrarme con ella. Ella lo sabe y espera, en la orilla del camino a que yo pase y la convoque a sentarse junto a mí a prender la llama del mundo, a soñar con las palmas de las manos la piel desnuda del tiempo.

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