miércoles, 19 de noviembre de 2008

el corazón helado


Nos vimos en la cafetería de la cara oculta de la luna. Llegó tarde (como siempre) y me dedicó su repertorio de disculpas basadas en dos palabras repetidas hasta el infinito, "lo siento", y en mirarme como si lo hiciera desde más abajo de mí (difícil, porque yo estaba sentado) mordiéndose el labio inferior de la boca y sabiendo que su cara bonita era, en realidad, su mejor excusa, sabiéndose con el derecho que tienen todos aquellos seres exepcionalmente bellos de llegar tarde a donde les plazca, levantarse de la mesa a media cena y largarse porque se les es negado un capricho, o romper los corazones de los menos afortunados en la lotería del mundo. Rompen los pulmones, el diafragma, el estómago (existe una teoría por la cual el amor se asienta en el estómago) mientras sienten que es imposible no hacerlo, que es como pisar caracoles después de la lluvia en un camino oscuro, oyen crujir sus esqueletos y sienten lástima pero no tienen la culpa de que se hayan puesto en su camino. Así era mi corazón en esos momentos: un gasterópodo oyendo pasos sobre la grava. Me levanté y la abracé, le miré fijamente con esa seguridad que sé fingir tan bien en noches sin luna como ésta y le dí un beso de medio minuto con los ojos cerrados. No sé si el beso fue tan largo porque el beso era así o por si tenía miedo de abrirlos y volver a la realidad de verla frente a mí. Y es que cuando se sale con alguien mucho más agraciado uno tiene la doble sensación de no merecerlo y al mismo tiempo siente la duda de si acaso no será una de esas raras excepciones en las que el amor no entiende de edades, razas o clases sociales. Entonces, para asegurarse, se emprende el repaso mental de todas aquellas parejas cuya diferencia de belleza parece no tener importancia. Y siempre se encuentra a una de esas sin tener en cuenta que representan un porcentaje ínfimo y cuya probabilidad de existencia es equiparable a sentarse encima de la maldita aguja del pajar.
Ella se sentó delante de mí, me miraba entre cómplice y divertida, jugaba a estudiarme sin hacerlo, no necesitaba saber qué podía pensar o hacer yo, ella sabía que llevaba las riendas de lo nuestro (le gustaba decir "lo nuestro") las llevaba ella y que yo no la seguiría hasta donde hiciera falta y que haría todo lo posible por conservar ese "lo nuestro".
Empezó a mirar por la ventana de la cafetería, abandonándome a mi pobre existencia del otro lado de la mesa, como si estuviera sola. "¿Sabes?" me dijo mirando a la Tierra "no creí que diría nunca esto. Cuando te conocí no pensé que diría algo así. Lo cierto es que estoy enamorada de tí, te quiero como hace mucho tiempo que no quería a nadie. Eres la primera persona con la que siento que me gustaría estar el resto de mi vida". Se volvió y me miró a los ojos, sus preciosos ojos abisales. "Tus manos y mi piel hablan el mismo icioma, tus palabras suenan como recuerdos de algo ya vivido en mi infancia. Tienes el don de saber qué es lo que siento y cómo lo siento. Contigo me siento como si volviera a casa, me siento a salvo, siento que por fin no tengo la necesidad de huír a ninguna otra parte. El otro día te dije en broma que te estaba haciendo un favor al estar contigo. Sé que te hice daño. No quise decirlo y quisiera que me perdonaras. A veces tengo la necesidad de estropear todo lo bueno que me pasa. Pero ahora no voy a hacerlo. Quiero estar contigo". Aquellas palabras eran una bomba de relojería. Estaba preparado para cualquier cosa menos para ellas. Empecé a sentirme incómodo, ella había trascendido la barrera de la belleza pero ¿y yo? por qué estaba yo con ella si no era por esa adoración ciega que sentimos los seres mezquinos como yo ante lo extraordinario. "Quizá confundas quién soy con lo que escribo. Yo no soy lo que escribo, apenas me reconozco en mis textos..." Me interrumpió "No estoy confundida. Eres lo que escribes y tú no te das cuenta. Si te vieras con mis ojos... si te vieras con mis ojos sabrías de qué estoy hablando, pero a veces, te empeñas en quedarte en ese papel de fracasado que debe resultar muy cómodo. A veces te cuesta aceptar que te quieran y te inventas excusas para cerrar las puertas a quienes te quieren. Quizá por eso me da miedo lo que siento por tí. Me pregunto si el calor que das a mi vida podrá convivir con el frío que te empeñas en mantener en la tuya. No sé, estoy diciendo tonterías. No me hagas caso. Hoy la Tierra está bonita. Bonita es la palabra. Bonita es una palabra bonita".
Quise decirle que yo también la quería, que era lo único bueno que me había pasado en la vida; pero no pude. Estuvimos en silencio un buen rato. La camarera vino a preguntarnos que queríamos. Me pregunté si alguna vez volvería a tener la posibilidad de un amor así y supe que no, que no era por los demás, era que yo no sabía el lenguaje del amor. Lo supe ya desde que era niño. Había niños pobres que iban al colegio con ropas heredadas de hermanos mayores, que aprovechaban libros, que se avergonzaban de sus estuches viejos, de sus zapatos rotos. Yo siempre sentí envidia de los niños que sabían queridos. Siempre envidié a los que sus madres trataban con cariño, palabras amables, besos. Los veía y me preguntaba si las palabras secas de mi madre, su desesperación por mis cosas de niño, eran una forma de no quererme. Supongo que se aprende el lenguaje del afecto o te vuelves un analfabeto emocional toda tu vida. Sé que no es excusa, que uno siempre tiene la oportunidad de vivir según su corazón, pero a veces sé que no es cierto, que a veces, no es cuestión de sentir o no sentir sino de saber cómo expresarlo y cómo no.
La camarera trajo lo que le habíamos pedido. Ella miraba a través de la ventana. Y entonces no sé de dónde vino aquella extraña determinación. Me levanté y me senté a su lado. La abracé con fuerza y ella salió de su letargo. Le miré a los ojos y pensé que todo el mundo necesita saber que en algún lugar del mundo hay alguien que piensa en tí, que todo el mundo necesita que le digan que todo va a salir bien. "Tú también me haces sentir como en casa, sea lo que sea que ocurra entre nosotros dos, no podría estar sin ello, no podría estar sin tí" le dije. Nos besamos . Un cometa cruzó el cielo lanzando destellos anaranjados al friccionar con la atmósfera de la Tierra. Bebimos y pagamos. Nos fuimos al coche. Era la primera vez que no sentía haber actuado, la primera vez que no sentía que todo aquello era cursi.

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