martes, 12 de agosto de 2008

Somos aire, somos agua.


Somos un cuento que cuenta un cuento a otro cuento. Somos una larga lista de bienvenidas y una larga lista de adioses. Somos lo que no se dice y grita silencioso y somos lo que gritamos para que nadie escuche lo que nuestro silencio esconde. Somos tú y yo desnudos debajo de la ropa y somos nosotros dos avergonzados ante la desnudez desnuda de nuestros cuerpos sellados. Somos la blancura de esta noche y la nocturnidad de todos los lunes por la mañana. Somos el que mira la piedra y sueña con la luna. Somos aire; aire quieto, aire que pesa.

Agua. El agua corre riachuelo y baja dando saltos, revolcándose entre las piedras sabiéndose mar lejano, nube ligera. Abro una botella de agua mineral y me pregunto si ese agua quedó encerrada, como en una trampa, y si en ese instante dejó de saberse río o tormenta. Me pregunto si pensará que yo soy uno de esos purgatorios a donde van las aguas a penar una culpa ignorada. Bebo (no tengo más remedio) y a veces me siento las paredes de una cárcel, la cancela de una inclusa. Devuelvo al mar lo que es del mar, es decir, agua. Sé que sólo fui un trámite, una mala experiencia de la que no aprender, una de esas bienvenidas y de esos adioses de la vida que me atraviesa. Y a veces voy a ver el mar y otras, las menos, las nubes.

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