viernes, 4 de abril de 2014

Abrirás el corazón y te darás cuenta que las apariencias no sólo te estaban engañando, sino que los osos serán siempre osos y nunca se convertirán en lo que deseas que se conviertan; como mucho se convertirán en ranas si les pasas la mano por el lomo. A solas en el bosque las apariencias importan mucho menos que las sombras.


En la casa de mis padres aún se conservan, casi intactos, lo cuentos que leía antes de irme a dormir. Nadie me los leía porque mi madre se iba a la cama tarde preparando las cosas para el día siguiente, y porque lo de tener tiempo para un niño requería de un espacio mayor para ella, un espacio que no tenía porque la rutina se lo envenenaba todo; y las prisas, y el orden. Creo que mi madre esperaba esos momentos últimos del día para sentir el silencio como un sucedáneo de la tranquilidad y el reposo, como si irse a dormir no bastara para descansar del todo la mente sin ese ritual de soledad previo. Yo siempre supe que no formaba parte de ese remanso, que yo era lo otro: parte del ruido y de la exigencia; lo veía, lo intuía.

Ahora que me he hecho adulto me he dado cuenta de muchas cosas de entonces, se me han curado muchas heridas porque ahora sé que las cosas no son fáciles y que dar afecto requiere dosis infinitas de tranquilidad, que el amor se vierte sobre los demás por rebosamiento, porque estamos llenos de él y no podemos darlo hasta que nos sobra.

Supongo que mi madre también sufría insomnio por estrés como yo lo hago ahora y que, de alguna forma, he aprendido eso y lo llevo como un signo de identidad familiar, como muchas otras cosas que voy descubriendo a medida que llego a ese mismo lugar y ese mismo tiempo pero cuarenta años más tarde.

Aprendí a leer por las noches a través de aquellos cuentos de tapas amarillas que llegaron a mi cuarto para rellenar las estanterías de mi escritorio recién comprado porque se veía demasiado vacío, y aprendí con curiosidad insana porque me fascinaban las historias que ocurrían fuera de mi casa, lejos de mi familia y de mi colegio, como si intuyera que huir de mi mundo hacia ese otro que estaba ahí fuera, tan lejanos como los reinos donde se desarrollaban, fueran un lugar, no ya que descubrir, sino a donde emigrar cuando fuera más mayor.

La infancia es difícil cuando sabes que no encajas en donde estás y te das cuenta, además, que vas a tardar mucho tiempo en poder marcharte a buscar ese lugar en el que, probablemente, te sentirás menos aislado, o más en paz, o simplemente en donde tu alma no estará siempre tensada como una cuerda de violín, inmóvil y dura, a punto de romperse por algún extremo en cualquier instante.

Reconozco que leer me congració un poco con el mundo, quizá porque encontré personajes tan inadaptados como yo que, tarde o temprano, acababan cambiando su destino por otro más acorde con quienes eran. Pero por encima de todo, me di cuenta que más allá de sus personajes, los que trataban de redimirse era los escritores; redimirse de sus conflictos purgándolos a base de palabras, de escenas, de pensamientos en voz alta, de viajes imposibles y de justicias improbables en el mundo real. Aprendí a leer de la mano de otros que me entendían, y en seguida dejé de leer cuentos de hadas y empecé a asaltar la biblioteca de mi hermana, que era bastante mayor que yo, y que estaba encantada de dejarme sus libros porque eso significaba que dejaba de incordiarla durante unos días.

Imagino que leí obras que no estaban al alcance de la comprensión de un niño de aquella edad, pero creo que quizá eso fue, precisamente, lo que me salvó de creer que mi vida iba a tener que adaptarse a mi entorno sin esperanza de que las cosas mejoraran con el tiempo. Y supongo también que eso es, precisamente, lo que me une a ti, que cuando me lees o te leo, tenemos la certeza de que en el fondo estábamos buscando, aun partiendo de distintas circunstancias, la voz del otro no sólo para que nos cuente historias sino para escuchar al mismo tiempo, al niño que llevamos dentro, aquél que fuimos y que soñaba con ser otro en otro lugar en donde encajara, que soñaba que un día podría abrir su corazón sin temor a que se dañara, un lugar donde no tener miedo a que el amor nunca llegue.


1 comentario:

Anónimo dijo...

ME PRODUCE TRISTEZA LEER ESTO. ESPERO QUE SEA SOLO LITERATURA Y NO REFLEJE LA REALIDAD.