lunes, 23 de enero de 2012

Los descendientes



Las cosas están a punto de cambiar. Lo presiento. Es una sensación casi de vértigo, de asomarse a una altura excesiva y que te tiemblen las piernas, las nubes ahí abajo; tú sobre la pared rocosa, el viento y el frío. Algo que empieza y que tiene plazos a cinco años vista, todo eso de soltar lastre y empezar a volar.

Reconozco que tengo miedo. Tengo miedo a la vorágine y volver a no estar en casa, a alejarme de las cuatro paredes, de Ulises y Penélope , alejarme de la proximidad de los míos, mis padres que se han hecho mayores casi de la noche a la mañana... miedo a que las cosas cambien para que nada cambie. Miedo a tener que jugármela de nuevo y a volver a empezar, a volver a tener que confiar y volver a tener que poner energía en un proyecto a largo plazo mientras todavía estoy con la patente entre las manos. Creo que es, además, el vehículo perfecto para poderla comercializar y sacar rendimiento del contrato que tengo con la estrella roja. Y veo las posibilidades y creo que es la cerradura con la que abre mi llave. Dentro del proceso de búsqueda, después de mucho ensayo y error, creo que podría haber encontrado la solución al estancamiento. Incluso geográfico.

Durante todos estos años, los últimos cuatro en el blog, he notado como poco a poco, se me han ido haciendo callos en el corazón, me he vuelto un poco más insesible, me he desmotivado y, a pesar, de sacar siempre energías de donde no las había y seguir con la idea fija en la cabeza, una parte de mí se ha ido muriendo. He de decir que me he vuelto escurridizo y que en ocasiones he salido huyendo, que me he vuelto descortés y olvidadizo. En muchas ocasiones me he sentido como un náufrago que se agarraba a lo que parecía que podía manterle a flote. Me he hundido en más de una ocasión, pero debe ser que no me ha llegado la hora. He odiado y he dejado de odiar y, durante todo este tiempo he tenido miedo de querer, entre otras cosas porque comprendo que hay cosas que valen mucho más que las palabras.

Este fin de semana me he dado cuenta de que no he podido perdonar todo lo que yo quisiera y que hay lugares comunes que nunca estuvieron ni en el mismo lugar ni en el mismo tiempo. También he llegado a la conclusión de que todo es bastante absurdo cuando se ve con perspectiva y que vivir es una inercia, un movimiento continuo que se desgasta con la fricción contra la vida y que sólo se detiene con la muerte.

Que la vida tenga origen en la inercia (naces y no puedes detenerte en el vivir sino que vas hacia adelante montado en la flecha del tiempo) no significa que vivas por y para la inercia. De hecho, VIVIR es sustraerse a esa inercia de los días y realizar proyectos vitales, darle un sentido, un objeto a ese no poder detenerte y continuar luego.

Creo que he llegado a ese punto en el que lo planificado va tomando forma y me gustaría poder trabajar en todo lo que he lanzado y que viaja conmigo, en paralelo a lo largo de la flecha del tiempo. Quien lleva leyendo este blog desde hace tiempo sabrá que me he esforzado en crear y encontrar un plan para llevar agua a lugares donde realmente se necesita y que, desde mi modesta aportación dadas las circunstancias, siempre he hecho pasos, que en muchas ocasiones no salieron bien porque a) no tolero la codicia y b) necesito colaborar con buena gente, es mi proyecto, es mi trabajo y lo quiero compartir con personas honestas y con las que haya un vínculo de respeto y aprecio.

El tiempo no es un gran justiciero, en cualquier caso nos iguala a todos cuando la inercia se agota o se para. Creo que, en cualquier caso, lo mejor que te puede pasar en la vida es que quien no te quiere te deje marchar, es mucho peor malgastar el tiempo, que transcurre sin que pueda detenerse, preso también del primer principio de la dinámica.

No sé qué pasará ahora ni si volveré a chocar contra el mundo, de si es real la posibilidad de que esta vez las cosas salgan bien. En todo caso, seguiré el camino trazado, el camino del agua, el deseo de que se pueda beber agua en mejores condiciones allí donde haga falta, y seguiré viviendo y plasmándolo todo en palabras, y seguiré enamorado de las historias que me cuentan los libros y el cine, inercia de aquellas historias que me contaba mi abuelo cuando era niño, esa edad donde se forja el deseo, el carácter y quizá, el destino.

En ello estoy, náufrago todavía, atisbo la costa, me mezco en el vaivén de las olas, siento paz conmigo mismo y con el mundo, paz al alcance de la mano, esa misma mano que desea arar de caricias tu espalda y ver que tú también sales adelante.

1 comentario:

Marnie J. dijo...

Es todo tan emocionante! que el miedo desaparece.