miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un mundo habitado


Sabes que somos como esos planetas sin órbita, enormes rocas sin rumbo, sin rotación regular, sin días, noches, días, semanas... sabes que apenas tenemos la certeza de la soledad y el destino del agujero negro (que dicen que es un empezar de nuevo en otro lugar donde existe algo opuesto, se me ocurre que lo opuesto a un agujero negro es una montaña de luz) somos un rastro de purpurina salpicando el universo de palabras que no existen si no hay nadie que pueda escucharlas, y a veces, cuando pasamos cerca de otro cuerpo celeste nos invade la idea de quedarnos atrapados en su órbita, dejar de ser piedra errante para pasar a convertirse en mero satélite, como si las fuerzas de la gravedad fueran, en realidad un pacto más que una ley física universal, como si el calor de un sol cercano nos infundiera el deseo del hogar, de la rutina de la rotación estable, la certeza de los próximos diez mil millones de años.

Tú y yo, que somos fuego, fuego que desea más fuego, luz interminable; tú que me arrancas el alma con tus ojos de selva, yo que te seco con las manos la húmeda piel de tu cuerpo, temblamos como dos pueblos fronterizos (uno a cada lado) ante la idea de una inminente guerra. Tú y yo, que somos sólo tú y yo, que apenas nos despertamos ya nos estamos buscando con palabras hechas letras, abiertas como cáscaras de huevo irrecomponibles. Tú, que sabes a caña de azúcar, mezclándote conmigo que soy como la espuma... te he deseado antes incluso de conocerte, antes incluso de que mi voz fuera voz, aprendí a escribir para poder traspasarte la corteza de lo cotidiano, para que un día, en la distancia, alguna palabra mía te conmoviera y volvieras, como yo vuelvo siempre (aunque tú no lo sepas) a tus ojos de selva, mis manos a las dunas de tu cuerpo, a perderme errante entre tus sábanas, a eso que tú y yo nos nos atrevemos porque somos algo roto que lucha todos los días para aparentar ser de una pieza, que somos piezas de un puzzle de dos piezas esperando a dejar de encajar golpes y encajarnos el uno en el otro, esperando a la fuerza de la gravedad que nos aligere la duda y la sombra, eso, tan invisible y terriblemente humano que sólo saben las mareas y cuenta en un susurro de olas.

1 comentario:

Cristina Polidura Varela dijo...

Me ha encantado!
Sobre todo la segunda parte!=)
un saludo