miércoles, 5 de octubre de 2011

Disculpa la sinceridad, fue sin querer


"¿Dónde estuviste ayer?" me pregunta con la voz trémula. No me lo puedo creer, está celosa. Si hay algo que no entiendo es que alguien que hace lo que le da la gana y con quien le da gana necesite controlar lo que hacen los demás, pero sobre todo no entiendo los celos del que ha sido infiel por sistema.

"Tuve una reunión y luego fuimos a cenar" digo mientras me maldigo a mí mismo por ser franco, por decir la verdad a alguien que me ha ocultado tantas cosas.

"Te llamé" dice dudando en si es mejor tomar la vía de la despechada, de la ignorada o de la enfadada.

"La segunda llamada en dos años. La primera te la cogí. Tienes el cincuenta por ciento de éxito. No todo el mundo puede decir lo mismo cuando eres tú quien recibe una llamada" y le sonrío, no porque me sienta cómodo en el discurso de la ironía sino porque esta vez no voy a entrar en ese juego en el que me indignaba, en el que siempre salía perdiendo. Sonrío porque no quiero ver al monstruo en el que se convierte cuando reclama un derecho sin obligaciones, cuando el ladrón da por supuesto que ella y yo compartimos condición.

"Después de lo del lunes, podrías haberme cogido el teléfono. ¿O es que te crees que para mí fue algo fácil?" se ha decidido por hacerse la ofendida cuando en realidad puede que sólo se haya llegado a la conclusión de que yo sólo pretendía un revolcón y un adiós. A veces las circunstancias son las que son. Una reunión tarde porque los implicados salían de sus trabajos, un teléfono en silencio, una cena no programada, ver su llamada demasiado tarde, pensar que ella no podría justificar delante de la persona con quien vive una llamada a esas horas... y yo justificándome, sabiendo que no iremos hacia ninguna parte, que esto que empezamos es acelerar a fondo dentro de un callejón sin salida, a sabiendas que la gente no cambia y que ella y yo somos demasiado diferentes.

"Tenía el teléfono en silencio, cuando vi la llamada era demasiado tarde" me justifico. Pienso que ella anoche durmió con otro, que durmió abrazado a él, que lo más probable es que hicieran el amor, que hablaran de banalidades comunes, que compartieran esas cosas que ella y yo compartimos y que se perdieron, en el instante en el que se me partió la vida por la mitad, cuando desapareció cuando más la necesitaba.

"No voy a permitir que juegues conmigo" me dice aferrándose a la rabia como único argumento, si siempre hubo algo que me atrajo de ella es que no pudiera ocultar sus emociones. Supe en cada momento cuando me odiaba, cuando era indiferente, cuando se sentía fuera de lugar conmigo, pero también supe cuándo me quería y hasta dónde sin que me lo dijera, cuando le salía del alma y cuando no su cariño, hay algo a lo que uno se acostumbra, uno se agarra a las certezas cuando todo lo demás falla. Y ella era así: un libro abierto. Una novela sin final feliz.

"No tengo por qué mentirte. No tengo ninguna obligación de quedarme en casa esperando a que me llames. Entre otras cosas porque tú sigues tu vida, la vida que elegiste, la vida en la que yo sobraba" le digo.

"Siempre me estás echando en cara las cosas. No puedes estar con alguien afeándole todo lo que hace" me dice soltándose.

"Ahora sí te lo he echado en cara, es cierto. Y en el pasado también te eché en cara que no me fueras franca. ¿Sabes? Me pasé mucho tiempo creyéndome todo lo que me decías a pesar de que fuera inverosímil. No fue justo, sabías que yo te quería".

"No quería perderte pero no podía vivir contigo. ¿Lo entiendes?" me dice "Entonces apareció él y me llevaba lejos. ¿Qué querías que te dijera? ¿Que me iba con otro a donde tú nunca podrás llevarme? Mírate, lleno de rencor, lleno de inseguridades, perdido en tu mundo de razones y motivos, y mientras... mientras pasa la vida y yo no quiero que se me pase. Y sí, te quería. Te quería porque confiaba en ti, por cómo me sentía, por cómo me mirabas y por cómo te esforzabas en hacer cosas juntos, por enseñarme tu mundo y porque podía dejar la puertas del mío abiertas de par en par. Pero con eso no basta" dice con esa serenidad que ella le imprime a sus razonamientos, esa seguridad en lo que dice que te lleva a creer que no está argumentando sino que está describiendo fidedignamente lo que es, que es poseedora del conocimiento de la verdad.

"Artimañas de abogada", pienso; y digo "Lleno de rencor hacia ti, lleno de inseguridades porque te abrí la puerta y entraste pero cuando fui a entrar por la tuya me la cerraste en los morros, perdido porque me prometiste que compartiríamos el mapa. Y sí, es cierto que me pasó la vida por delante. Está claro que hay que subirse a la vida cuando pasa ante ti. Me cuesta creer que la confianza no baste para que dos personas se entiendan o se sientan seguras. Porque ¿sabes? Un día, el del banco, puede decidir unilateralmente que la confianza que depositaste en él para guardar tu dinero no es vinculante y te puede dejar en la puta ruina, porque un día el médico puede decidir que la confianza que depositas en él para que te cure no es tan importante y considere que no hace falta que encuentre un solución para ti. Tienes razón, con la confianza no basta, pero todos la necesitamos para poder interrelacionarnos con los demás, o por lo menos, con quien tienes al lado, con el que te miras a los ojos, con el que tiene las llaves de tu casa".

"Me equivoqué contigo, lo siento. Creí que eras de una forma y eras de otra. Eso es todo" me dice "ahora soy lo feliz que no hubiera sido contigo".

"¿Por eso me llamas a espaldas del otro, por eso me dices que piensas en mí muy a menudo? ¿Por eso me dices que quieres verme? ¿Por eso nos damos un abrazo nada más vernos y por eso nos decimos que nos echábamos de menos? ¿Por eso paseamos de la mano y por eso nos besamos? ¿Por eso buscamos un rincón para...? Y una mierda eres feliz.

"La felicidad es estar a salvo de todas estas discusiones" me dice.

"Tu felicidad es tener a alguien a tu lado que acepte todo lo que tú quieres sin rechistar".

"Te equivocas. Yo admiro a X., es un gran hombre, admiro muchas cosas básicas que él sabe hacer y que tú no sabes. Hace que me sienta segura, que estará ahí pase lo que pase. Y comparto con él muchas aficiones".

"Tuviste que decir su nombre ¿verdad? Siempre sabes como hacer que me sienta bien". Me digo que yo sólo me he metido en esto, que podría habérmelo evitado si no hubiera cogido el teléfono la primera vez. Y por primera vez pienso que tiene toda la razón cuando dice que somos diferentes, que la vida es estabilidad. Y entonces yo pienso que la estabilidad es algo que se logra entre dos, que mi inestabilidad es encontrarme a personas como ella que desean algo que yo no soy o no puedo dar.

"Es mejor que lo dejemos así. Me hubiera gustado que nuestra última conversación hubiera sido una bonita despedida pero está visto que estamos condenados a recordar siempre una imagen cruel del otro".

"Sí, es mejor que lo dejemos aquí" le digo.

"Adiós, cuídate" me dice en un tono amable.

"Adiós princesa" digo mientras me niego a creer que es lo último que habrá entre nosotros.

Cuelga.

Cuelgo.

Me siento como si me hubiera caído desde un quinto piso, no es que me duela todo, es como si yo fuera un sólo miembro y ese miembro sintiera dolor. Me digo a mí mismo que las cosas son así, que estoy condenado a no entenderme con nadie, que soy diferente, que si no puedo retener a alguien a quien quiero y me quiere, no voy a ser capaz de nada en el mundo. Respiro y saco, junto con el aire caliente de mis pulmones, parte de esa tristeza. Después, trabajo lentamente, voy a comer al bar de la esquina, hago un par de llamadas. Me llama S. y después de un rato me pregunta si me pasa algo y le digo que dormí mal. Me pierdo por la tarde dejando que las hora pasen lentas, anochece mientras aún estoy en la oficina y decido volver a casa caminando.

Mientras espero en el semáforo de Vía Agusta con Diagonal una chica rubia se sitúa a mi lado, me mira, la miro, parece que se asusta, debo de tener una cara horrible. De repente, empieza a vibrarme el teléfono en el bolsillo, presiento que es ella y lo busco con rapidez. No es ella, es un número que no conozco. Descuelgo.

"Sí" pregunto

"Soy yo. No podemos dejar que todo acabe así. Debemos quedar y despedirnos en persona" me dice.

Aunque estoy deseándolo le digo que no sé si es buena idea.

"Si no hubiera salido contigo, ahora seríamos los mejores amigos del mundo" me dice con condescendencia, me pregunto si es consciente de que me clava un puñal en el corazón.

"Tú y yo no podemos ser amigos" le digo.

"¿Por qué dices eso?"

"Porque los amigos del mundo no quedan para despedirse definitivamente, no necesitan verse una última vez".

1 comentario:

eMiLiA dijo...

La frase final es desgarradora.

Muchas gracias por pasar de visita y por tus bonitas palabras para con mi blog.
Espero poder corresponderte y visitarte con más tiempo.

Abrazo.