lunes, 19 de enero de 2009

La única esencia


Sé que el mundo no me pasará factura cuando me vaya porque entonces, esto que vivo, sería de prestado, no mío y, para qué negarlo, mis días son míos, como lo son tu boca, tus manos, tus noches, tu vientre, tu aliento, y otra vez, de nuevo, tus manos. El mundo no me juzgará; sólo habré pasado como lo hace la lluvia y deja los charcos, las aceras mojadas, los paraguas en sus cubículos detrás de las puertas de los bares, paraguas caóticos, desmelenados, fruto de encuentos y ¿por qué no? de encontronazos. Pasaré como las nubes (estoy ahora mismo mirándote tras la ventana, ahí tú, tan quieta, tan llena de vida, con los ojos puestos en la pantalla, esos ojos que nacieron para descubrir el mundo, mi niña, el mundo), me iré con el viento, seré polvo arremolinado de algún camino, seré el roce de tu piel con cualquier esquina, seré (soy) algo que no perdura, que se aleja, que se deshace, que se olvida con el tiempo.
Luego dirán que esto o aquello, que toni aquí o que toni allí. Dirán que supe y no supe ser algo que en ese instante ni quise ser ni fui, pero ahí están los que dicen en lugar de nombrar: agua, viento, nube, lluvia, hierba, piel, abrazo. Hay quien dirá que la lluvia es el charco y no sabrá lo que es caminar bajo ella, sentirla, ser por un momento ese cielo derramado. Y es que me niego a vivir la vida por el rastro que dejan las verdades esenciales que sí me importan. Mi verdad es lo que soy cuando no pienso más allá del siguiente segundo, cuando me paro y algo infinito y pesado se detiene dentro de mí. Y cuando eso se detiene (tú no lo entenderías) no hago otra cosa más que pensar en tí... y en tu boca, y en tus pechos, y en ese sonido áspero y amargo que hacen nuestros cuerpos cuando están tan cerca el uno del otro, cuando están tan cerca que casi me duele dejar de mirarte.

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