miércoles, 7 de enero de 2009

Ella

Solía verla caminar por el filo de la noche, siempre en las mejores peores compañías, dejarse llevar por sonrisas de fuego como una polilla que siente el irremediable deseo de alcanzar la luz sin saber que ha de ser, probablemente, su muerte. La veía ser la mejor, la que más llegaba hasta el final, la que sabía ser el único centro de gravedad al que iba a caer todo el que tendía a ser un canalla. La veía todas las noches en las que me llamaban para trabajar en la puerta del Rosebud y puedo asegurar que fueron muchas y al mismo tiempo acabaron por parecerme insuficientes. Ella tenía esa frescura que tienen ciertas muchachas a inciertas edades, los ojos brillantes y verdes, la locuacidad que dan los pocos años vividos y las muchas ganas de exprimirlos al máximo. Y yo me propuse salvarla y acabé queriéndola (o puede que fuera al revés, no lo recuerdo). Tal vez no era ni el momento, ni el lugar, ni la persona adecuada pero para eso precisamente sirve el destino: para torcer el camino recto, para acabar volviendo a la mala vida.

Si ella no hubiera abierto la puerta de atrás de mi vida y se hubiera colado hasta la cocina a robar inocentemente el bote de las galletas, hoy estaría en otro lugar muy distinto. Estaría sentado en otra mesa haciendo algo con las manos en lugar de lamentarme. Estaría sentado en el sillón y vería un programa variado, mando a distancia en la mano, buscando algo distinto, algo extraordinario que me librase de la desidia. Tal vez estaría cenando con una mujer y unos hijos adolescentes, huraños y malcriados, con sus auriculares puestos, deseando que se acabe la cena para volver a sus cuartos y aislarse de mí, lo mismo que su madre en la cocina, que contando mentalmente las horas que faltan para que me vaya a trabajar por la mañana, hace más soportable las que paso en casa. En cualquier caso no estaría escribiendo todo esto, no estaría maldiciendo las horas y los días que hace que se fue por la puerta de nuevo con sus cosas. Tal vez mi vida hubiera sido muy diferente si hubiera seguido mi instinto, si hubiera hecho caso a esa voz que me decía que aquella chica era una de esas criaturas que hacen que pierdas la perspectiva de las cosas. Ahora ya es tarde para lamentarse. Ahora es tiempo de aguantar hasta donde haga falta.

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