sábado, 5 de marzo de 2011

World Waters


Esta mañana me desperté demasiado pronto, el sol (tu sol) aún no había despertado a los pájaros que este marzo no quisieron olvidarte. ¿Me lo parece a mí o en nuestra infancia había más gorriones y abejas por las calles?

Ellos también se esconden de nosotros... como si el hombre fuera para ellos su más crudo invierno.

El piso estaba frío, el termostato pone en marcha la caldera a las 6:20. Me he levantado y me he hecho el café con leche de soja. Sabe raro, como tu nombre en mi boca; pero me gusta, a las galletas baratas también le gusta bañarse en ese café con leche sin leche.
Mientras me miro en el reflejo de los fluorescentes en el doble cristal de la cocina me pregunto si tú también habrás envejecido de la misma forma que yo, es decir, buscándote de reojo en los espejos, tiñéndote el pelo mientras lees las instrucciones en la caja de cartón los minutos necesarios de espera, obsesionándote con la presión fiscal de los pantalones que ya no nos caben. Pero siempre te recuerdo como cuando nos conocimos y el brillo de tus ojos y tu forma de ponerte nerviosa cuando me acercaba a ti, aquella forma de decirme que te quedabas un rato más para escrutar en mi cara si me alegraba lo que tú esperabas que me alegrara.

Me resulta extraña esta tranquila felicidad que me ha sobrevenido estos últimos días. ¿Quién me iba a decir que encontraría el sentido de mi vida cuando llegara a los cuarenta después de tantos años creyéndome perdido? ¿Quién me iba a decir que cuando me rindiera en la búsqueda de lo que se supone que es necesario para ser feliz me encontraría a mí mismo esperándome, con todos mis sueños intactos, con más experiencia, dando por bueno todo lo malo que me ha ido pasando, no dando por perdido ni uno sólo de los segundos de mi vida?

Me siento tan cansado que tengo la sensación de haber vivido dos o tres vidas al mismo tiempo. La vida que creía que se ajustaba a lo que se esperaba de mí, la vida de los sueños dorados y absolutos, y la vida que como un iceberg me seguía nueve de cada diez partes oculta, odiando esta ciudad de ojos tras los visillos, de negrura y de preceptos que nunca fueron míos porque yo nunca pertenecí a ella, nunca quise ser como sus habitantes, sintiéndome un vagabundo, un veterano que llega de una guerra perdida.

Siempre quise tu bien. Tú creías que yo no te quería lo suficiente pero no podía dejar que te hundieras conmigo. Tú veías al hombre inteligente y yo veía al vagabundo, tú creías que yo podía ser cualquier cosa que me propusiera y yo no podía soportar la idea de defraudarte. Nos perdimos la pista, me fui lejos. Probablemente te casaste y tuviste hijos y sé que nunca me olvidaste como yo no he podido olvidarte.

Desde pequeño supe que acabaría aquí, donde estoy ahora, llevo veinticinco años preparándome para ello. He recorrido centenares de miles de kilómetros sin encontrarle sentido, he dormido en las cunetas del alma, confieso que casi todas las noches soñando contigo, dejándome la piel en las canciones de la radio del coche, ajeno a la vida como si estuviese envasado al vacío, añorándote y sabiendo que estaba haciendo lo correcto. Sé que has sido feliz con ese otro hombre. Y lo odio con todas mis fuerzas. Y te odio a ti cómo sólo se puede odiar a quien más se necesita y no está.

Luego, muchos años más tarde, ella me dijo que creía en mí, y yo pensé que, en otra ciudad, en otra vida, donde nadie me conociese ni me dijese qué debía o no debía ser tendría ese calor que tanto buscaba. Se lo hubiera dado todo, hubiera renunciado a mi sueño. Pero en todas partes te dicen lo que debes ser. O ella no creía en mí o yo soy especialista en que nadie crea en mí. Fue como si me recogieran de la calle, me dieran un plato de sopa y luego me echaran a patadas. Recueda, nunca quieras a nadie.

Ahora todo está bien. Ha llegado el día en el que mi vida tiene un sentido. No sé si compensa el haberme ido, el que creyeras que no te quería lo suficiente. No sé si compensa todos estos años de no entender nada, de no querer saber nada, de volverme loco de rabia frente a los momentos en los que creí que perdía y lo que ocurría es que estaba ganando experiencia.

Aquí empieza mi nueva vida, sé que te econtraré un día, al doblar una esquina. Sé que será como si no hubiera pasado el tiempo, que no entenderás que siga solo, que siga sin querer tener amigos, que no haya acumulado riquezas, que no haya tenido hijos (con lo que me gustaban los niños), que siga siendo el hombre soñador que te hizo soñar conmigo, que no haya escrito esa novela, que siga teniendo el sueño del agua, no entenderás que no volviera a buscarte ni que te escribiera.

Era mejor así, no hubieras aguantado tantos años de ensayo y error, de perder y perder para ganar años más tarde.

Solo no le he hecho daño a nadie, si pude hacerlo me fui a tiempo. En cualquier caso, lo siento.

6 comentarios:

ana dijo...

Por favor, no me impidas leerte...

Asolada dijo...

Ahora sí. Ahora llego, bajo y el fondo del blanco que veo se extiende :)

Espera a la primavera, B... dijo...

Supongo que seguiré escribiendo aunque me duela

Espera a la primavera, B... dijo...

El blanco océano

Espera a la primavera, B... dijo...

El blanco océano

flower dijo...

Me paro aquí. Seguiré leyéndote... Ahora tengo que marchar.
Hasta pronto.