miércoles, 26 de mayo de 2010

El sol y el dragón blanco


Hace días que me despierto sobre las seis. Me levanto, bebo agua, a veces vuelvo otra vez a la cama, no consigo dormir. Como no consigo dormir ahora subo a la oficina y adelanto trabajo. No me ducho hasta más tarde, como si me hubiese adelantado al ritmo natural de mis días y lo reenganchara con ese gesto sabiendo que esa hora u hora y media de más es un tiempo robado, un tiempo vivido sin que estuviese planeado, un tiempo del que nunca guardaré ningún recuerdo.

A veces tengo la sensación de que existen etapas en mi vida que fueron así, un tiempo extra, una salida de la rutina hasta que llegara de nuevo el ritmo natural de las cosas, y volver a levantarme solo, hacer las cosas solo, pasar los días con las incertidumbres conocidas... permitidme que haga un alto, el sol sale por encima del tejado del edificio del otro lado de la calle y me da de lleno, entorno los ojos, recuerdo que hay un gurú en no sé dónde que se alimenta de los rayos del sol haciendo un ejercicio todas las mañanas al mirararlo. "El primer día diez segundos, el segundo veinte, el tercero..." ahora que lo pienos de diez en diez es mucho. No sé, se lo preguntaré al dragón blanco que habita en cierta fortaleza.

El sol me molesta para escribir pero me consuela saber que, de alguna forma, me está alimentando.

Hoy no he soñado contigo ni con tu voz, hoy he permanecido como muerto, sin soñar, sin esa rabiatristeza que me provoca saber que nunca me querrás, a sabiendas que la distancia aumenta mi debilidad, con la certeza de que soy el muñeco de trapo de la niña que acaba de entrar en la adolescencia. Podría decirte que no me importa pero sí me importa, me importa tanto que a veces se me descosen las costuras, envejezgo demasiado deprisa, como si un muñeco lo que no pudiera soportar de verdad fuera la soledad de la repisa, la añoranza de dormir acurrucado entre tus brazos.

Resulta curioso, para mí la crisis empezó cuando tú te marchaste, justo en el momento en el que empecé de nuevo a tener trabajo. Pero no sé por qué sospecho que los muñecos de trapo sueñan todo el tiempo, que si existe algo en el mundo que se pasa veinticuatro horas soñando son ellos. Me gusta estar de alguna forma, conectado con ellos en una hermandad secreta de alma descosida, de reuniones en la cara oculta de la luna, de tostadas untadas de mantequilla que acaban siempre intactas, de polvo lunar en la alfombra del recibidor al regresar de madrugada, de repisa fría todas las mañanas, mientras tú te despiertas con el zumbido del reloj y corres desnuda, pasillo abajo, camino de la ducha.

4 comentarios:

El missatger dijo...

Pues a los dragones blancos les encanta notar la energía del sol... de diez en diez hasta el infinito y más allá.
Por cierto, te veo otra vez en forma. Lista para emprenderla en dentelladas en cuanto salgas por el mundo a vender tus aparatejos. Sólo de imaginarte negociando con un jeque árabe... Eso sí, por la noche, en el hotel, ha cumplir con tu entrada de blog diaria: no nos puedes dejar sin ella.

Anónimo dijo...

Solo una cosa, menos mal que no has abandonado el blog.
Me gusta la novela negra y la tristeza que reflejan las personas que verdaderamente sienten el amor y sus consecuencias.
De una seguidora que te lee aunque no te deje comentarios

Marina dijo...

Me alegro de que hayas vuelto a escribir. ¡Acababa de descubrir tu blog y no me hizo ninguna gracia que lo cerraras! Escribes muy bien y merece la pena leerte. Ánimo.

Un abrazo.

María dijo...

Qué vida tan rica la de un muñeco de trapo, nunca lo había visto así...