lunes, 2 de septiembre de 2019

Septiembre



Si el tiempo se detuviese ahora mismo ¿de qué te arrepentirías?, me pregunta.

Nunca sé qué contestar cuando me hacen una pregunta así. Creo que es porque no tengo nada claro. Tengo cuarenta y ocho años y sigo preguntándome qué quiero ser de mayor.

Le digo que probablmente me arrepentiría de no haber sido claro con ella y que, en el fondo, siempre supe que mi vida dejó de tener sentido el día en el que nuestros caminos dejaron de tener la posibilidad de correr paralelos.

O quizá no se lo dije, quizá sólo lo pensé y contesté otra cosa con sentido pero sin visos de ser nada personal, una de esas frases que aparecen en cualquier libro de citas. Cuidado con lo que deseas o algo así.

Tal vez la miré y le dije que me arrepentía de no haberla besado.

Hubiera perdido la cabeza por ella si no supiera que estaba tan lejos de mi alcance como la estrella que se ve más pequeña de todas.

Así que me conformé con esto.

Esto es mucho mejor que nada.

Una vez cada mil años recibo un telegrama. No sé en cuántas vidas se traduce eso, ocho o diez, tal vez. A veces oigo hablar de ti, como quien oye hablar de un imperio de oro al otro lado del océano y me dan ganas de dejarlo todo.

Otras veces te miro a los ojos (o me imagino que lo hago) y me dejo llevar por una corriente que no existe, que no me lleva a ninguna parte, pero que no deja de ser la única ocasión en la que, entre regresar o ir hacia ti, me plantearía no volver a donde pertenezco.

Sé que estoy empezando a cambiar de tercera persona a segunda. Siempre que intento hablar de ti como si fueras otra persona acabo volviendo a escribirte como si las fuerzas de atracción gravitacionales supieran más de mi que yo mismo y tú fueras un cuerpo celeste al que no puedo resistirme.

Y sigo escribiendo. Aunque hace mucho tiempo que sé que no sirvo para esto, sigo haciéndolo.

Hasta que el tiempo se detenga y seas la única cosa de la que me arrepienta.

No hay comentarios: