lunes, 19 de febrero de 2018

Aquellas tarde de abril en Coney Island



Podría cambiarlo todo, podría retirar lo prometido y dejar que las cosas se diluyeran poco a poco, pero entonces... entonces sería como haber tirado la toalla en el momento en le que más cerca estoy de conseguir algo.

Sólo unas llamada. Estoy a sólo unas llamadas de hacer algo grande, de llegar a la meta. Y sin embargo, siento vértigo, vértigo de conseguir algo que puede sobrepasarme.

Lo quiero hacer bien. Y no sé si sabré.

A veces siento como si no tuviera el poder para desarrollar el negocio que todo el mundo ve que se abre ante mí. Es como si fuera uno de esos personajes de Auster que acaban por dejarlo todo y al final tienen un golpe de suerte. Siempre me acuerdo de El Palacio de la Luna y de Kitty Woo, de cómo al protagonista lo salva ella.

Todos los solitarios tenemos la esperanza de que llegará alguien y nos salvará, pero eso nunca ocurre, porque no es que seamos personas normales que viven en soledad. En realidad somos seres solitarios con problemas para relacionarnos con los demás y con el mundo, y preferimos la soledad porque es mucho más controlable, aunque sea una vida minúscula y casi siempre cuesta abajo.

Creo que por eso me gustan las novelas de Paul Auster, porque en el fondo me veo reflejado en sus personajes, en cómo dudan, en cómo su alter ego duda y da rodeos, en cómo van de un sitio para otro a pesar de que les da igual casi todo hasta que se obsesionan con algo. Reconozco que en cuanto leí a Auster quise ser, de nuevo, escritor. Pensé "sólo tengo que escribir tal como pienso o siento, mover al personaje como me movería yo", pero claro, eso fue antes de que me convirtiera en esto en lo que me he convertido ahora, es decir, un inventor al que le cuesta que sus inventos lleguen a venderse. El gran problema es que es difícil ser un vendedor cuando lo que quieres, en realidad, es que te dejen en paz.

Supongo que todo estará bien más adelante, cuando todo esto haya pasado y todo lo que he estado trabajando dé sus frutos y quizá, sólo quizá, tenga tiempo y espacio para escribir. Pero no sé si esto acabará sucediendo, a veces creo que no será así, no sé, es el vértigo, algo así como miedo al éxito, como si triunfar en los negocios me conviritiera de forma inmediata en algo que no quiero ser, en alguien que no me permitirá volver atrás y ser el solitario y escurridizo hombre que siempre he sido.

A veces el miedo a algo hace que te metas mucho más adentro de la situación que te provoca ese miedo. Es como si uno sólo pudiera salir dándolo todo y dejando que las cosas vayan por su curso hasta que ese camino se acabe en un cruce donde deberás elegir de nuevo.

La sensación hasta ahora es que no tengo muy claro si me equivoqué cuando me metí en todo esto de la nueva empresa. Al principio creía que no, pero ahora estoy paralizado. Siento que estoy al borde de la piscina y debo saltar, pero intuyo que el agua está fría y no sé qué hacer. Cuando no sé qué hacer intento averiguar todas las posibilidades y me pierdo en un montón de pequeños matices que acaban por agobiarme. 

Me gustaría creer que en menos de quince días todo cambiará, que todo empezará a dar los resultados por los que he estado tantos años obsesionado. Y si no es así, sé que seguiré luchando, aceptaré que éste es el sino de mi vida y que en el fondo, intenté pasar por este mundo tratando de cambiarlo para mejor y eso, eso habrá valido la pena no sólo como pensamiento que reconforta, sino porque a día de hoy no se me ocurre ninguna otra forma de entender mi vida, al menos en el punto en el que está ahora; es decir, en un punto casi muerto, en el que lo único que me va a hacer seguir hacia adelante es creer que todo tiene un sentido mágico, que en realidad, formo parte de un plan más grande que yo mismo y al que no me queda más remedio que seguir.

Y eso, en el fondo, es lo que hacemos casi todos. O tener un objetivo o renunciar a él.

A veces sólo es cuestión de suerte saber bajarse a tiempo.

No sé si yo lo haré o tenía que haberlo hecho ya. En cualquier caso, a estas horas de la noche y teniendo que acabar un proyecto que debo presentar mañana, espero que al menos, pueda seguir escribiendo muchos años más, algo al menos, lo que sea, un blog, un relato o esa novela que supo bajarse a tiempo de mi vida.

Y por supuesto, seguiré esperando a que Kitty Woo me salve de mí mismo, a sabiendas que no quiera ser salvado, sino que, en el fondo, comprender que alguien se preocupe por otro alguien es como un acto psicomágico en el renovar mi fe en la humanidad.

Supongo que todo esto es porque no le encuentro sentido a la vida dentro del contexto en el que la vivo últimamente, siempre pendiente del teléfono o del ordenador.

Puede que, en realidad, no esté parado, sólo esté distraído en exceso, con menos horas de las que riquiere vivir de verdad la verdadera vida. Antes de que exisitiera internet o los teléfonos móviles. No sé. Yo creo que mi generación ha sido superada ya por los avances tecnológicos. Sí, quiza sólo sea eso: que empiezo a no poder procesar con inteligencia lo cotidiano.

Quizá sea eso. Quizá deba volver a leer a Auster y preguntar a sus personajes qué harían ellos.

Como si fueran un oráculo.

O a las viejas canciones.

3 comentarios:

hécuba dijo...

Espera a la primavera, B... dijo...

No se ha publicado el comentario, no sé si el destino o ese fin último del que hablabas en él, tiene algo que ver. Los trece años son la edad del desencanto, al menos en mi caso. A veces estar abajo es la mejor manera de aprender a levantarse. Con los años uno aprende, al menos, a saber caer, a bajar lo justo, a permanecer el tiempo necesario y ni un minuto más... pero lo aprendido nunca sirve de nada.
En abril debería ir a NYC, pero hoy acababa de decidir que no, que no iría. Pero en el fondo quiero ir, aunque creo que sé que no iré a menos que tenga un golpe de suerte.

Los golpes de suerte cada vez son más escasos.

No he leído M. Vértigo, o es creo, lo confundo con El libro de las ilusiones. Probablemente lo haya tenido en las manos. Hubo un tiempo en el cogía varios libros en la librería y los iba dejando hasta quedarme con sólo uno. Ya ves, despedirme de ellos era una forma de tenerlos "ahí" entre esas historia que un día leería. Creo que algunos volvían para quedarse. Y otros se quedaban olvidados para siempre. Echo de menos ser yo.

Quiero decir que hay ciertos ritos y hábitos que eran casi un modo de vida y que, hoy ya no recuperaré.

En cierta forma echo de menos todo aquello que podía hacer no hace tantos años. Si no fuera porque creo que hay ese algo superior que me arrastra, no podría seguir habiendo renunciado a cosas tan pequeñas.

Algún día volverás a Coney Island.

Y será lo mismo y diferente al mismo tiempo.

hécuba dijo...

Si puedes vete y coge el metro hasta Coney Island. Y mándame un wassap desde allí, o un email o escribe una entrada.