sábado, 18 de julio de 2015

Nada de nada


Siempre estuvo ahí. No sabría decir desde cuándo ni sé decir cuánto tiempo más seguirá persiguiéndome. Me gustaría creer que tarde o temprano acabará por cuajar en algo que tener en las manos y poder pasarlas por encima, pero no sé si será en esta vida. Podría achacarle a estos tiempos de vértigo mi incapacidad para acabar las cosas que empiezo, pero mentiría. Siempre fui así, uno osado temeroso, alguien que empieza mil cosas.

Esta vez creo que he encontrado el punto de equilibrio. Me gustaría creer que es fortaleza, pero no lo es en absoluto. Nunca he sido alguien disciplinado y supongo que eso me ha invalidado para el éxito. El éxito es algo que se ha instalado en nuestra sociedad como una dulce tortura, algo así como como una religión con millones de dioses que se dirigen a todos a través de millones de pantallas, de miríadas de píxeles, que nos atrapa con su insufrible coreografía de hombres seguros de sí mismos en apariencia, todo fachada, escondiendo siempre lo humanos que pueden llegar a ser, o la crueldad a la que son capaces de llegar.

Todo es un escaparate, todos nos construimos una vida que mostrar. Todos somos servidores del gran dios Éxito. Y yo no sé hasta qué punto estoy empezando a perder la fe o hasta qué punto estoy subiendo puestos en la escala dionisíaca de ese dios ególatra, borracho de sí mismo, infinito y al mismo tiempo atrapado en su cuerpo de persona, de ser imperfecto y perecedero.

Mientras tanto, sigue ahí el deseo incontrolable de escribir, y de que tú me leas.

Y que te guste lo que lees.

Y que pienses algo de mí que es mucho mejor de lo que soy.

Porque no me conoces.

Y ante ti puedo ser lo que quiera.

1 comentario:

José A. García dijo...

Que nos leamos mutuamente para alimentarnos el ego y ser, de algún modo, felices por igual.

Muy cierto tu texto, una reflexión que no siempre se está dispuesto a hacer en la sociedad de consumo actual.

Saludos

J.