domingo, 2 de diciembre de 2012

Mi pecho será tu almohada




La musa tiene dos corazones: uno para el día y otro para la noche. Porque las noches son frías y hay que abrigarlo para que no se hiele.

Ayer la musa se presentó por la mañana en mi casa. Llamó a la puerta con los nudillos "por si dormías, no quise llamar al timbre" dijo. Traía una bolsa con leche, galletas, arroz, y un bote de natillas en tetra brik con esos sellos de la comunidad europea con los que marcan los productos que se donan a las organizaciones o a las personas que necesitan ayuda. También traía una tableta de chocolate, y pan tostado, y un salchichón envuelto en papel de estraza, llegó como llegan los reyes magos, y me pregunté si habría visto la nevera vacía el otro día cuando estuvo en casa.

"Vamos a desayunar como marajás" dijo con una abierta sonrisa. Yo bajé la mirada avergonzado, pero inmediatamente le seguí el juego, sonreí mientras la dejaba pasar, no quería que mi vergüenza le diera a entender que había sido una mala idea visitarme así. Entró en la cocina, como si fuera su casa y abrió el paquete de pan tostado, y me preguntó que dónde tenía un cuchillo para cortar en rodajas el embutido.

Puse el mantel y los platos y ella se encargó del resto. Encendí una vela para que nos viéramos mejor, me hubiera gustado poner en marcha el calefactor pero hacía dos días que me habían cortado la luz. El piso estaba en silencio, porque la nevera, al quedarse muda dejó de tocar una banda sonora que, hasta que dejó de sonar, nunca había reparado en ella.

Trató de parecer alegre, y yo traté de seguirle la corriente. Ambos sabíamos que ella sabía que hacía días que no había comido nada, eso quería decir dos cosas: que era evidente que mi estado se notaba nada más verme, y lo segundo es que ella me observaba más de lo que yo creía. Me pregunté si me habría visto abrir el contenedor de basura. Sólo lo hice una vez, no pude volver a hacerlo, no sé el porqué, quizá porque pensé que era la última frontera, que había otras soluciones. Pero no las estaba encontrando.

Después de desayunar, después de hablar del frío, de lo caro que se ha puesto todo, de una de esas conversaciones en las que el tabú es precisamente lo personal, que ella es prostituta y yo no tengo donde caerme muerto, recogimos la mesa, nos sentamos en el sofá y nos cubrimos con una manta. Ella debía tener frío de verdad, así que fui a por otra manta, mucho más vieja, con la que me cubría los pies por las noches.

Nos sentamos cada uno en una punta del sofá, luego subí los pies porque del suelo emanaba un frío que se colaba por debajo de la manta y le pedí que hiciera lo mismo. Nuestros pies se tocaron. "Tienes los pies calientes" dijo casi con sorpresa. "Sí, siempre los he tenido calientes, excepto cuando están mojados" dije mientras intentaba tocármelos para averiguar qué temperatura exacta podrían tener en esta mañana tan fría.

"¿Te importa si caliento mis pies en los tuyos?" me preguntó. Y yo respondí que sí, y sonreí porque había escuchado esa frase tantas veces antes que me hubiera gustado haber empezado a contarlas desde la primera para llevar una cuenta exacta.

Fue tocarnos y empezar a hablar de quién era cada uno, como si el calor humano diera de una forma automática con la combinación que abre la caja fuerte donde guardamos quiénes somos. Primero hablé yo, le hablé de los errores del pasado, de la ingenuidad de haber querido ser alguien que no era, de que el destino nunca llega a tiempo, de que en el fondo, nadie quiere saber nada de alguien que se está hundiendo.

Luego ella habló de lo mismo, sin nombrar a qué se dedicaba, ni el por qué ni el cómo ni el cuándo. Me habló exactamente de lo mismo que yo. Y entonces supe que la única razón por la que yo no hacía lo mismo que ella, era porque no tenía la opción, que quizá me la hubiera planteado, que todos somos iguales bajo las mismas circunstancias, que a veces todo es cuestión de un golpe de mala suerte, que todo se reduce a, no sólo acertar algunas decisiones, sino a que no te venga encima algo con lo que no puedes porque es demasiado grande.

Durmió encima de mi pecho, los dos vestidos bajo la manta; durmió, probablemente, con cierto descanso, sintiendo lo más parecido a estar en un hogar. A veces sólo hace falta que te comprendan un poco para poder bajarse de la vida durante un rato, aunque sea para luego subirse otra vez más tarde, saber que no eres sólo tú el que fracasa, que no es culpa tuya todo lo que ocurre, que las cosas se tuercen un día y ruedan pendiente abajo cada vez más y más rápido.

Un día te das cuenta de que estás mucho más cerca de la pobreza de lo que creías que estarías nunca, y ese día no es distinto a cualquier otro de los anteriores, pero sí muy distinto a uno lejano, a uno en el que te recuerdas sin las preocupaciones que ahora tienes. Y si miras desde ese día hacia adelante puedes notar en qué momento pudo haber cambiado tu suerte y no lo hizo, lo puedes notar casi físicamente.

Y entonces ocurre algo contradictorio, sabes dónde estás y quién eres en realidad, y piensas que no hay salida posible, pero al mismo tiempo nace dentro de ti algo parecido a la esperanza, una especie de idea de que sólo puedes ir a mejor, de que en algún momento llegará otra oportunidad y esta vez sí la sabrás reconocer y saldrás adelante. Aunque las apuestas estén mil contra uno.

Y lo sabes porque esta vez no te sientes solo.

7 comentarios:

Susodicha dijo...

...que hermoso, lleno de pequeños gestos que lo dicen casi todo. Me ha encantado.

Un besote.

Cristina Polidura Varela dijo...

¡Yo seré el abrazo que te cuide!
qué bonita canción, y también el texto.
un hada madrina, una musa, andas con suerte en cuanto a la inspiración eh?

Espera a la primavera, B... dijo...

Las palabras casi nunca dicen lo que uno quiere que digan, pero si las actitudes y los gestos. Uno puede escribir llenando una frase de complejos conceptos o puede llenarla con un silencio o una mirada.

A veces me pregunto de qué quiero que esté hecha mi vida, si de complicada retórica o de diálogos y gestos. Y casi siempre elijo lo segundo...

Gracias por tu visita. Yo te visito, casi nunca sé qué decir. Cada vez me salen menos palabras y más silencios.

Besos

Toni

Espera a la primavera, B... dijo...

Uno se inspira a golpe de quimera, uno sale a buscar algo que no existe y casi siempre acaba mucho más lejos de donde creía ir.

Pero la musa está ahí, sólo hay que darle una copa de vino y ella habla y susurra, ríe y llora, se solidariza y ama.

Aunque se acabe yendo otra vez, ella siempre acabará dando señales de vida, aunque sea para hacerme notar su ausencia.

¿Dónde está tu musa?

Anónimo dijo...

Precioso, conmovedor...A veces las circunstancias son las que son pero desde luego que tu vaso no está medio vacío, no te empeñes

Espera a la primavera, B... dijo...

No me empeño, pero ni te imaginas al borde de lo que he estado, tan solo me he alejado unos metros del precipicio, que sigue estando ahí.

Anónimo dijo...

No pretendía frivolizar,lo siento. De cualquier forma te deseo lo mejor