lunes, 14 de diciembre de 2009

Recetario muy abreviado para unas muy felices fiestas



Después de tirar por accidente (y por el desagüe) mi maravillosa receta de piña al cava y después de, entre lágrimas y un desatascador, deshacerme de los restos que obstruían el fregadero reflexioné largamente acerca de si no estuviera yo sobrevalorando mis dotes de chef.

Tan larga y meditabunda actividad dio como resultado un sopor indescriptible, que dio paso a una siesta-relámpago de seis horas y una posterior merienda a base de lo único que me quedaba en la nevera: un tomate, un limón seco y duro y un yogurt con la efigie de Pedro I de Rusia (el grande) de sabor turrón (aunque puede que en realidad fuese mostaza de Dijon).

En previsión de que se acercan las fiestas y que mi amada Terminator 2 se ha autoinvitado a mi casa para nochebuena con fines todavía no descifrados por mí, he decidido, en un alarde de elegancia, sentido de la dignidad y haciendo uso de las maneras tan exquisitas que en mí son naturales y que todos ustedes conocen, robar un pavo esa misma noche (ya cocinado) y a ser posible extraído ya del horno (aunque ahora que lo pienso un horno nuevo no me vendría mal).

Esta inseguridad en mí mismo me persigue por momentos hasta tal punto que me pregunto si además de un dudoso chef, no seré también un amante regular, un profesional mediocre o un escritor de serie B. Así que salgo al balcón con el ánimo de un héroe que sube a la montaña más alta para recrearse en las vistas de todo aquello que insufla valor en el corazón de un hombre, y miro entre la ventisca de nieve las farolas que alumbran mi calle, lúgubres y constantes; y un escalofrío me recorre la espalda (quizá porque el termómetro marque -6ºC). Un pensamiento con vocación de eternidad me inunda: La duda es la prueba a la que los hombres deben enfrentarse para tomar la determinación e ir más allá de sus propias capacidades. Ese pensamiento me emociona hasta tal punto que lágrimas afloran a mis ojos y crece en mí una determinación: Seré lo que yo quiera ser... pero a partir del uno de enero, de momento seguiré con el plan de robar el pavo.

Entro de nuevo en casa y enciendo la calefaccción. Mi corazón vuelve a la calma. Pedro I, el grande, me observa desde la etiqueta del frasco encima de la encimera con la dignidad y el reconocimiento que merece un igual a él. Sí, Pedro, el mundo necesita hombres como nosotros, capaces de soportar cualquier carga, hombres que amen su destino y que el destino esté hecho para ellos. Me acerco al frasco y lo cojo con mis manos. Leo: Mostaza Vlad Drakul. ¿De qué me sonará a mí ese nombre? Un retorcijón me aparta de mis pensamientos. Pedro I me mira y sonríe con cierta sorna. Otro retorcijón me dobla sobre mí mismo. Salgo corriendo al cuarto de baño tropezando con los cacharros de la comida y del agua de mis gatos, que me miran en silencio y sin inmutarse, quizá con cierta curiosidad. Probablemente murmuran en su lengua algo de mí, pero yo ya no estoy para verlo, yo ya estoy haciendo la pose del pensador de Rodin, con la conciencia nublada y embotados los sentidos, pensando en Terminator 2 y preguntándome qué querrá de mí en nochebuena.

1 comentario:

Concha Barbero de Dompablo dijo...

Ja, ja, ja...

¿El título de la etiqueta es el de un libro? Estaría bien.

La cara de la vaca no tiene precio :-)