jueves, 16 de marzo de 2023

La indestructible realidad de la que huimos

 C se va de mi vida; cosas que pasan. 

No puedo evitarlo. 

Se la lleva la corriente aguas abajo de una vida que sólo le pertenece a ella y en el que bastante tendrá con tener tanta suerte con su nuevo novio como yo la tuve con ella.

Ha llegado el momento de soltar el hilo que me une a su alma, deshacer el nudo que até a mi dedo meñique y que creía que sería para siempre. Técnicamente dejaré de ser una marioneta, ya no moverá sus pestañas y yo moveré mi mano arriba o abajo al unísono. Seré libre en un mundo donde la libertad será peor que pertenecerle.

Voy a echar de menos la bondad con la que se enfrentaba al mundo, su capacidad para no enfadarse nunca, para encontrar lo bueno de las cosas que no son tan buenas, todos aquellos momentos en los que necesité necesitarla y ella estuvo ahí, invisible pero presente, dueña de un respetuoso silencio que sólo conoce abrazos. A veces me pregunto cuánto tiempo queda suspendido, ese que no notas que pasa, me pregunto también si el suyo y el mío fueron distintos, si las horas que pasó a mi lado en los malos momentos fueron un suspiro o una inmensidad inabarcable.

Me gustaría pensar que no hubo tanta diferencia, pero dentro de mí habita la certeza de que no puedo medirlo igual, ni tan siquiera aproximado el uno del otro. Dicen que el no dormir libera suficiente cortisol como para que la química cerebral te vuelva más huraño. No sabría decir si fue eso, o si no tomé las decisiones adecuadas, o si yo ya era así mucho antes de conocerla, aunque si lo pienso con detenimiento creo que sé la respuesta, y la sé porque hubo un momento en el que tengo la certeza de que C me quiso y si de algo estoy seguro es que no podía querer a alguien como el que soy ahora. Ese que ha sustituido al que solía ser.

Ese del que quisiera huir junto a ella.






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