martes, 3 de abril de 2018

Y todo eso, plagado de casualidades...


Terry Benables llegó al FC Barcelona procedente del Queens Park Rangers a principios de los ochenta. Maradona había dejado el club ese mismo año camino de la gloria más alta y para el descenso más rápido que se recuerda. Nunca ganó una copa de Europa, pero sí un Mundial de selecciones. Terry Benables perdió la final de la copa de Europa dos años después, en una final en la que sólo se marcaron goles en la tanda de penalties.

Un año antes de aquella final, el FC Barcelona había ganado la primera liga en once años y yo, que entonces tenía catorce años y empezaba a salir los fines de semana con mi grupo de amigos, salí a celebrarlo a las Ramblas de mi ciudad, junto con mi hermana mayor y el que más tarde fue su marido.

Cuando acabó la final con empate a cero y fueron a la tanda de penalties, yo estaba convencido de que la ganarían, entre otras cosas, porque el FC Barcelona había pasado a la final eliminando al Göteborg también ganando así. Nuestro portero era un auténtico para-penalties.

Pero no. Aquel año perdimos de una forma cruel y aleccionadora. Siempre he pensado que aquella derrota fue la semilla de lo que es hoy. Aquello hizo reaccionar a todo el mundo y se creó una estructura diseñada para que eso no ocurriera nunca más. Se creó un organigrama idéntico al del modelo que triunfaría sólo unos años más tarde, el del Ajax, y se contrató a su entrenador: Johann Cruyff, que ya había jugado en el Barcelona anteriormente.

Siempre que escucho el éxito de alguien o de alguna empresa, siempre miro hacia atrás para ver en qué momento las cosas cambiaron, qué hizo qué y cómo para cambiar una dinámica perdedora y transformarla en una de éxito.

En todas ellas, hay una derrota clamorosa e inesperada y un cambio de modelo. En todas hay una planificación a largo plazo y un deseo más grande que todo lo que hasta entonces se había planteado el responsable de lo que sea, un país, una institución, un pueblo, o la propia vida de uno. Y siempre nace de enfrentarse cara a cara con esa derrota, mirarla a los ojos y tratar de comprender qué hacen los que sí triunfan, pero sobre todo, qué han hecho para llegar hasta ahí.

A veces, uno no está dispuesto a pagar el precio de todo eso. O se da cuenta que el triunfo es, en realidad, un eufemismo para hablar de la felicidad o de la tranquilidad. Conquistar la vida que uno tiene alrededor también lo es. Hacer del presente el propio presente es difícil también cuando hay tantas cosas que le distraen a uno, que está hechas para distraerle a uno.

Aquel año, le iba a pedir salir a una niña de mi clase, pero enseguida alguien de su entorno, previendo mis intenciones, me advirtió que fracasaría. Así que ni lo intenté. Supongo que sucedieron más cosas aquellos días de mayo y junio de mil novecientos ochenta y seis.

Dos meses más tarde de que el Barcelona perdiera la final de la Copa de Europa, Maradona, al que habían vendido dos años antes al Nápoles, ganó el Mundial de Selecciones siendo el mejor jugador del torneo y jugando como nunca antes había jugado nadie. Parecería que fue una mala decisión haberse desprendido de él.

Pero siempre pensé que con Maradona, el Barcelona nunca hubiera sido lo que es hoy. Puede que hubiera ganado aquella copa de Europa, que perdió, pero también puede que no, y casi seguro no se hubiera buscado ese modelo de hoy.

Puede que el Messi de hoy sea el Maradona que nunca se fue.

Quién sabe.

El caso es que, en realidad, las oportunidades perdidas siempre son mejores que la nunca intentadas; y que, en el fondo, uno se levanta cuando se cae porque está en movimiento hacia alguna parte. Y la voluntad de ir hacia esa alguna parte nos hace algo más que humanos. Me gustaría creer que no estamos sujetos a un plan divino y que somos nosotros los que nos labramos ese destino, no dejando nunca de intentar lo que tomamos como objetivo, pero no estoy muy seguro de ello.

Puede que, en realidad, sólo seamos células de un organismo superior que tiene otra voluntad superior que no podemos ni imaginar.

En cualquier caso, sólo el tiempo nos pone a cada uno en un lugar, lo hayamos deseado o no. Y puede también, que en realidad todo sea cuestión de suerte, de que el azar encare unas cuantas de decisiones acertadas unas detrás de otras, así, por casualidad.

Conocer a la persona adecuada en el instante apropiado.

Elegir a un colaborador o que te elijan.

Dar con la idea que encaje en la imaginación de los demás.

Ordenarlo todo dentro del caos, pero sabiendo que vivimos en ese caos.

Que somos un maldito algoritmo que gobierna lo ingobernable.

Sabiendo que respiramos porque nuestra biología lo hace inevitable, que seguimos vivos porque todo funciona casi de forma automática dentro de nosotros.

Autómatas creados para algo que se le parece a la libertad sin serlo del todo.

Y todo eso plagado de casualidades...


4 comentarios:

hécuba dijo...

¿Has visto la serie? No paré de llorar. La adolescencia es una etapa muy difícil. Siempre es mejor intentar las cosas, no quedarnos con el "Y si", pero a veces es tan difícil. Hay oportunidades que perdemos porque no nos damos cuenta, porque no las vemos; otras, ni las intentamos; otras, sabemos que están ahí pero nos pueden las circunstancias. En el 86 yo estaba en Estados Unidos. Antes de empezar el insti, tuvimos que ir un día a coger los libros. Cuando pise la biblioteca me fije en un chico. Me dijeron que ni me lo plantease. Que era imposible. Y claro, yo era (y soy) tímida y no tengo arranque así que ni me lo planteé. Fui con él al baile de fin de curso y se convirtió en mi primer amor serio. Un amor de adolescente.Me escribía unas cartas impresionantes. Las casualidades me llevaron a él. El azar. Lo que también me lleva a Paul Auster. Al final, todo tiene conexión: a veces hay que tocar fondo para renacer. Como el ave Fénix. Yo estuve en Phoenix, por cierto. Arizona, el estado del Gran Cañón. El palacio de la luna. Tocar fondo. Ser salvado. ¿Ves? todo acaba teniendo conexión (menos estas frases, que no están muy cohesionadas, pero me ha salido así y no lo pienso releer ni retocar).

Espera a la primavera, B... dijo...

No. No he visto la serie. No sabía ni que existía. No soy muy de series, la verdad, pero te doy la razón: la adolescencia es una mala época. Supongo que es donde se forja el carácter de cada uno, un continuo prueba y error del que si no cometes errores no aprendes, supongo que por eso hay que probar y salir vivo de ello.
A veces se sale vivo físicamente, pero no por dentro. Sólo eso.

No creo que nadie salve a nadie excepto en las novelas de Paul Auster, entre otras cosas porque nadie quiere ser salvado ni tener que agradecer eso. Sería muy largo de explicar y tampoco tengo muy claro cómo hacerlo.

Todos somos un poco ave Fénix, tienes razón, pero el azar hace mucho, y aprovechar ese azar también lo es.

La música del azar no es del todo una melodía que se ajuste a todo tipo de oído musical, supongo.

Todo acaba teniendo conexión. Espero darme cuenta antes de que sucedan las cosas que han de pasar.

Como siempre, me enrollo demasiado

No sé si me gustaría Phoenix, creo que no.

hécuba dijo...

Yo tampoco soy muy de series, más que nada porque no aguanto una entera, me cuesta mucho. Pero esta la vi entera y es muy bonita. Y ya que hablo de series, la gente también salva y es salvada en The walking dead. Hace dos episodios hablaban de eso. De salvar y ser salvados. De morir y ver morir. No sé si te gustaría Phoenix. Yo no te puedo dar mi opinión. Estuve un año allí, pero no lo conocí. Ni un poco.

Espera a la primavera, B... dijo...

Me gustaba The Walking Dead cuando la hacían en abierto. Creo que fue hasta la temporada cinco. Era como muy Julio Verne en La isla Misteriosa o El faro del fin del mundo. También es muy La piel fría de Sánchez Piñol. El miedo a lo diferente, a la inmensidad de ahí afuera... Reconozco que Estados Unidos me da miedo. No sé el porqué. Es como otro planeta, es como volver a la infancia y tener que empezar de nuevo. No sé cómo podría ganarme la vida allí. Es como saber que no hay futuro y sí lo hay al mismo tiempo. Creo que no me gustaría Phoenix. O tal vez sí. Unos de mis proveedores está allí. Vende cosas para el ejército.