sábado, 12 de octubre de 2013

¿A quién le importa?





En los primeros cincuenta años del siglo XXI la población mundial crecerá un 50%. En 2050 seremos entre 9.300 y 11.000 millones (en 2013 unos 7.000).

La mitad de este crecimiento se dará en tan sólo nueve países: China, India, Pakistán, Congo, Etiopía, Nigeria, Tanzania, E.E.U.U. y Bangladesh.

India superará los 1.600 millones y China los 1.400 millones.

Los países desarrollados pasará de 1.200 a 1.280 millones y el conjunto de los países en vías de desarrollo pasará de 5.600 millones a casi 8.000 millones.

Si tenemos en cuenta la violencia, la falta de oportunidades, el hambre, la explotación de los recursos por parte de unos pocos, la marea humana que se avecina es inevitable.

Ahora piensa: Que si juntaramos a todos los 7.000 millones en un sólo lugar y los pusiéramos hombro con hombro, todos juntos, ocuparíamos tan sólo el equivalente al área metropolitana de Los Ángeles. Por tanto, quizá el problema no sea tanto la población sino el acceso a los recursos para su supervivencia.

En 2050 la demanda de alimentos se habrá multiplicado por 2 con respecto a hoy día. Fondos de inversión están comprando grandes extensiones de tierra para cultivos y la especulación ha hecho aumentar el precio de los alimentos básicos (maíz, trigo, azúcar) más de 70% en los últimos años tres años. Algunos están ganando mucho dinero y se están preparando para ganar aún mucho más.

Para evitar que los más desfavorecidos no pueda acceder a los alimentos hay que invertir en agricultura de pequeña escala y para eso hace falta el acceso al agua. Ente el 65 y el 85% del agua dulce que consume la humanidad se destina a riego.

El siguiente paso será el dominio del agua, la especulación sobre ella.

Todo está interconectado, no podemos llorar a los muertos acusando a los culpables, porque tú y yo vivimos bajo su mismo yugo de especulación y podemos hacer muy poco. Para ellos somos ganado en el que en lugar de sacarnos leche o huevos, nos sacan dinero (impuestos, pago desorbitado por servicios universales).

Podemos sentir vergüenza por no haber ayudado a salvar a los inmigrantes de Lampedusa, pero fuimos nosotros también los que les metimos en ese barco. Subimos a barcos a miles de náufragos todos los días porque la población crece y nuestros gobernantes siguen favoreciendo a las grandes corporaciones en su afán de poder y recursos, en su guerra fría de especulación con los alimentos, como fuimos víctimas en su especulación con la vivienda en España, o lo seremos con el coste de la mano de obra.

Desgraciadamente vamos todos en un mismo barco, el equilibrio hace tiempo que se rompió y hacemos agua por todas partes.

El terremoto hace tiempo que está sucediendo, sólo nos queda esperar a que llegue el tsunami. Quizá dentro de cinco años, o de diez... pero si no creamos una agencia eficaz de colaboración internacional, los 1.280 millones que viviremos en los países desarrollados no podremos mirara a la cara a los 8.000 millones que vivirán en condiciones difíciles creadas (o no paliadas) por nosotros.

A pesar de ello yo sigo manteniendo la esperanza. Sigo pensando que una tercera revolución (post)industrial, la de la democratización de los recursos acabará por triunfar. La generación de los jóvenes a los que les hemos vetado nuestro "bienestar" acabarán por crear unas nuevas, las que han necesitado crearse. No creo en la humanidad, no creo en el que decide a los dieciocho años que va a estudiar en una escuela de negocios, o que va a ser broker, pero sí creo en todos los que estudian ciencias de la vida, los que empiezan a crear una realidad 3D imprimible, que crean equipos de potabilización de agua accesibles para una gran cantidad de personas. Creo en los que quieren cambiar el mundo, políticos con principios, abogados que luchan por la justicia, médicos, biólogos... los que no se conforman sólo con sobrevivir, sino con los que creen que van a mejorar la vida de los demás.

Es la única forma con la que nos mereceremos que durante los treinta y cinco años que quedan para el 2050, al mirarlos a la cara, todos los náufragos nos la devuelvan sin rencor.



4 comentarios:

Las cosas de Valentina dijo...

me siento culpable hasta el infinito cuando tiro a la basura la comida sobrante de mi bebe pensando en los bebés del mundo que la necesitan, cuando leo en la prensa los cadáveres de madres e hijos encontrados en el fondo del barco que nadie quiso ayudar, cuerpos abrazados en el fondo del mar que no tuvieron opción de una vida mejor, madres que lucharon por ofrecerles algo de dignidad y lo perdieron todo... y me pregunto una y otra vez por qué no nos unimos las madres del mundo rico para ayudar a las madres del mundo pobre, pero quizás detrás de todo está la imperiosa necesidad del primer mundo de vetar el acceso del tercer mundo a los recursos para no fomentar más la sobrepoblación y el consumo, ya que con los 8000 millones consumiendo al mismo ritmo que nosotros reventarían la tierra... Yo seguiré sintiéndome culpable sin hacer gran cosa más allá de los pocos euros mensuales q envio a UNICEF

Daltvila dijo...

Yo también quiero creer, necesito creer.

Espera a la primavera, B... dijo...

Valentina, sólo la solidaridad nos salvará. Es un hecho. De todas las formas posibles. Yo también creo que al mundo lo salvarán las madres.

También confieso que no veo la forma, quizá sólo exista en la utopía de la colaboración.

Yo, por si acaso, hace tiempo que aposté por ello. Y en ello sigo, dándome cabezazos contra la pared. La utopía requieres tener claro que la vida de uno no va a ser una vida de éxito, que no tendrás lo que se supone que debes tener para ser alguien dentro de tu sociedad.

Pero hace tiempo que me di cuenta que no le importaba, de verdad, a nadie.

Eso me liberó de la culpa de no ser alguien de éxito y me abrió un camino que aún sigo. Poco a poco. Silenciosamente.

No sé, igual exagero.

Un abrazo

PS: UNICEF... hay que salvar a los niños.

Espera a la primavera, B... dijo...

SEguiremos creyendo y actuaremos, Daltvila.

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