miércoles, 2 de enero de 2013

Saldremos a buscar qué buscar, pero con la calma suficiente como para ver amanecer



Es demasiado tarde. Mañana trabajo y tengo que estar a ochenta y cinco kilómetros de mi casa antes de las nueve, sin embargo no puedo dejar de escribir. En parte me alegro por ello y en parte pienso que es una maldición porque debería dormir ocho horas y no las cuatro que dormiré. Imagino que tarde o temprano me pasará factura, esto de no dormir, esto de estar pendiente de todas esas cosas que no son rentables, que sólo sirven para conocer historias, para vivir bajo la tiranía de todo aquello que despierta un interés vago o profundo, según tenga el día.

Demasiado tarde, demasiado tarde para contar lo que realmente ocurre, para gritar aquello que no me deja dormir, demasiado antiguo, demasiado presente, a veces me gustaría irme muy lejos. Me vendría bien cambiar de aires, sin embargo siempre decido quedarme, por un motivo que no sé si es un motivo o es una excusa.

Me apabulla la enorme lista de excusas en las que baso mi vida, las excusas que me digo a mí mismo y la que le digo a los demás para no hacer ciertas cosas. Cuando las explico en voz alta a alguien justificando algo que hago o soy me doy cuenta de que estoy mintiendo, de que es imposible que se crean algo que ni yo mismo me creo. Pero las excusas que me pongo a mí mismo son distintas, es como cuando dos están de acuerdo en algo, el que propone y el que acepta, no importa lo que sea, se barre bajo la alfombra y nadie dirá nada por el bien de ambos. Pero no se puede vivir así, no al menos mucho tiempo. Todo tiene un límite, todo tiene un punto en el que o explota todo o acabarás por explotar tú.

A veces finjo que estoy orgulloso de lo que he hecho, pero no es del todo cierto. Con el tiempo uno desarrolla la capacidad de no decepcionarse demasiado, pero como contrapartida dejas de poner toda tu energía en esperar y la esperanza es otra forma de alegría. Reconozco que le he echado buenas dosis de esperanza estos últimos años, una esperanza sin sentido, llega de sueños y de visiones, de ir de un lugar hacia otro, de apostador de casino que espera que la próxima sea la buena. Pero no es bueno confiar en el azar, y yo he dejado demasiados cabos sueltos que debo atar.

Supongo que ya ha llegado el tiempo en el que huía hacia adelante. Quizá ahora deba cambiar de forma de actuar y vivir de otra forma, más consciente, sin dejar de perseguir quimeras que no llevan a ninguna parte, gastar menos energías en sueños que se disuelven en cuanto despierto. Quizá haya llegado la hora de coger fuerzas y dormir lo suficiente, comer sano, disfrutar de los amigos.

Y bucear de nuevo entre palabras que estaba evitando hasta ahora...

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