viernes, 27 de abril de 2012

Si se pregunta que cómo sabía que hoy, precisamente hoy, entraría aquí es que nunca se enteró de nada.


Su voz tiembla como una grabación antigua a través de la ranura por donde le echo monedas a la máquina del tiempo para que se detenga de una vez por todas y me de la oportunidad de planificarlo todo de nuevo. Su voz y su imagen son dos de los cuatro jinetes del apocalipsis que arrasan mi cerebro mientras duermo y eso, para un insomne, es lo más parecido al desconsuelo, lo más cerca que se puede estar de la locura.

Llama fingiendo que se ha equivocado, llama desde un lugar tan lejano que su voz llega con seis meses de retraso, como la luz de algunas estrellas a la Tierra. Quizá, cuando haya escuchado por primera vez el timbre inconfundible de sus palabras, ella ya ha colgado el teléfono desde alguna galaxia cercana.

Pero hablamos. Y en el fondo a mí ya no me importa nada. Me cuenta cosas que no deseo saber y que si no estuviera tan nervioso, probablemente me aburrirían. Me cuenta que me echa más de menos cada día y yo sé que no es cierto. Me pregunto qué coartada se inventará si él revisa la lista de llamadas y encuentra mi número, y recuerdo que era mala en eso de inventarse lugares y casualidades; no sabía mentir y nunca se dio cuenta de ello. Claro, que al final, un día sin venir a cuento, hablaba más de la cuenta y de repente las personas no cuadraban y confesaba.

Confesar una mentira con otra mentira. Es algo que nunca entendí, el caso es que sabía que el tiempo lo empequeñece todo y perdonar se vuelve más fácil si se sabe maquillar, cuando las palabras vuelan por la habitación como un enjambre de abejas... basta que una sola de ellas te pique, para dejar lo que estabas haciendo y salir corriendo.

Su voz es la voz que quiere que crea que no pasa nada. Las cosas que se dicen sin darles importancia son aceptadas casi sin pensar, en cambio, puedes hacer creer las estupideces más inverosímiles si las dotas de tanto apasionamiento como te sea posible. El lenguaje es una lluvia... ¿quién se para a contar las gotas cuando te empapa una tormenta?

Pero yo sé y ella sabe. Y ella sabe más que yo. Y me cuenta algo que no viene al caso, algo cuya versión se parece vagamente a la que recuerdo.

Y entonces me digo "¿de qué estamos hablando? Hablamos como si fuéramos amigos."

Y entonces le digo: "Hasta ahora pensaba que era yo quien había perdido. Pero entonces me llamas y no quieres que me vaya de tu vida. Y me pregunto por qué y, entonces, me doy cuenta de cómo fueron las cosas en realidad, y en lo mucho que nos esforzamos en: tú hacerme creer que lo había estropeado yo y yo en creer que debía haber aceptado todo lo que decías. Pero yo lo que estaba haciendo era intentar no creer que me pudieras estar haciendo aquello."

"Eres un tipo débil" me dice.

"Sí, es cierto. Pero tú tan fuerte y tienes que mentir porque la realidad no te sigue el juego al que juegas" le digo. "Quizá yo sea el débil, pero eres tú quien ha entrado en el blog porque me echas de menos".

Esta última frase ya no llega a su destino. La galaxia desde donde llama ya no emite luz y no acepta cobros revertidos.

Allí no llega el blog ni tienen interés las palabras... que, como las abejas del mundo, se mueren sin saber qué mal les aqueja, que no entienden el mundo y, de repente, ni siquiera saben orientarse con sus diminutas antenas.

1 comentario:

Kaoki dijo...

A veces las mentiras son mecanismos de defensa. Cuando la realidad que han creado les ataca de vuelta, sienten la necesidad de creer en que "yo no he podido hacer eso". Y lo creen.

Porque si no pudieran crear esa fantasía y vivir en ella, no podrían ser ni siquiera tan mediocremente felices como parecen y dicen ser.

Pero yo seguiré pensando en que no hay peor ni más duro juez que uno mismo.

Muxu bat