domingo, 11 de octubre de 2009

Quizá éste sólo sea el principio.


Me vuelco en el blog como se hace con un cajón encima de la cama. En lugar de objetos rebusco sentimientos y pienso cuántos tiraré y cuántos volveré a guardar en el mismo cajón, en esa parte de mí mismo en la que se suelen depositar por su propio peso las horas vividas que el corazón, según sus leyes, decide que son las que importan. He de decir que mi corazón y yo no coincidimos casi nunca; he de decir que mi corazón y yo somos como esas parejas de ancianos que siempre discuten al tiempo que no pueden vivir el uno sin el otro.

Estos días han transcurrido extraños. El jueves murió la madre de mi amigo y ex-socio Jose y el viernes el padre de mis amigos Pedro y Benjamín. Así que ha sido extraño porque he visto de cerca lo absurda que es la vida, lo a medias que lo deja a uno, la poca explicación que se puede dar, lo mucho que nos separa.

Conocía a la madre de Jose. Tenía una vitalidad que vivía hacia afuera. Era de esas personas que se echan de menos por la ausencia del torbellino que deja de remover las cosas a su alrededor. Sólo había tenido a Jose y supongo que lo quería como sólo los hijos únicos quieren a un hijo único. Siempre que me la encontraba por la ciudad o cuando iba a su casa para llevar o traer alguna cosa en los traslados que aquejaron la empresa que Jose y yo teníamos, siempre demostraba ser optimista, siempre tenía la idea de que todo iría a mejor. La echará de menos el padre de Jose, como se echa de menos lo que uno más necesita. La echará de menos Jose, como echan de menos los hijos únicos a sus madres únicas. La echará de menos, sin saberlo, el bebé que Jose y Marta esperan para últimos de marzo.

Conocí al padre de Benjamín y Pedro. Su casa siempre tuvo las puertas abiertas a los amigos de sus hijos. Era un hombre dicreto y tímido. Nunca nadie le oyó decir una palabra más alta que otra, le dio una buena educación a sus hijos y éstos la aprovecharon. Recuerdo cuando solía ir, hace más o menos quince años, a su casa. Había un ambiente distendido alrededor suyo, como esos anfitriones que lo son simplemente estando. Le echarán de menos las tardes y sus plantas, su mujer lo echará de menos ahora que la jubilación ya llegaba, lo echarán de menos sus hijos y sus nietos.

Estos días me he dado cuenta de dos cosas: una, la muerte me deja sin palabras. dos, me gobierna un falso sentimiento de eternidad que no me hace nada bien.

Ayer, en el súper, cuando volví del entierro, me encontré con Carmen y Esteve. Me enseñaron con orgullo a su niña de veinte días, Abril. No voy a decir que unos nacen y otros mueren, que es el ciclo de la vida. Pero coincidió que hacía mucho tiempo que no iba a un entierro (quizá cinco años) y mucho que no veía al niño recién nacido de un amigo o un conocido. La coincidencia fue extraña pero no reflexioné en absoluto hasta ahora.

Hago balance de mi vida, es decir, vuelco el cajón imaginario encima de mi cama imaginaria y veo y escojo con qué me quedo y con qué no. Y hago sitio para que quepan más y más buenos recuerdos y más y más compromisos.

Como no conocí a Isabel y como tampoco conocí a Benjamín directamente pero sí como la madre de Jose y el padre de Pedro y Benja, colgaré algo que creo que estarían de acuerdo, lo mismo que Jose Agustín Goytisolo y que escribió una vez a su hija Julia.



Mejor la vesión de Los Suaves porque la de Paco Ibáñez es más triste.

2 comentarios:

hécuba dijo...

Me encanta la versión de Paco Ibañez... quizá porque es más triste.
Un beso.

Gata dijo...

Un besito.