miércoles, 28 de octubre de 2009

Las once y once


Existen días que son de paso, en los que sé que me limitaré a diluirme en las tareas irremediables. Hoy es uno de esos, quizá, porque espere a que cuando vaya acabando, me sorprenda la voz, las luces y las manos de la verdadera vida, de los posos que quedan una vez se han esfumado los sueños.

Podría decir que es esa hora de más a la que no le saco rendimiento aún, quizá si me apuro, podría pensar que es como si mi cuerpo esperara de una vez por todas la llegada del frío. Si me detuviese y contemplara en el silencio interior que ya no lo es tanto tal vez llegaría a la conclusión que sólo es falta de luz y la ausencia repetida de otro cuerpo y otros ojos devorando ese día a día que se va poblando de documentos y tareas administrativas. Pero si hiciera eso, si me conformara con la explicación más sencilla obviaría ese sentimiento extraño que me lleva de la mano desde hace muchos años. Un sentimiento ambiguo de práctica y miedo, un sentimiento que espera, que tiene miedo a salir a recorrer las calles.

Y si pudiera poner palabras a "eso" y "eso" pudiera hablar, pobrablemente diría que esperar es creer que va a vivir para siempre, como si cada día en el que no se hace lo que uno quiere hacer, es como alargar un día más la vida, como si una vez hecho todo lo que se tenía que hacer a uno se le acabara la vida.

La otra noche soñé con mi abuelo. No contaré el sueño, era angustioso. Llevo ese sueño pegado al cuerpo como aquellas calcomanías que llevan los niños y que acaban por deshacerse con el paso de los días.

Supongo que son demasiadas cosas, demasiados objetivos a corto y medio plazo. Supongo que es esa novela que hace tiempo que abandoné y que imagino todavía abierta. Supongo que esta forma de escribir que cada día tiene menos que ver conmigo, y supongo también que son todos los proyectos que tenía y que no acaban de concretarse.

Debe ser que todo tiene su tiempo. Debe ser que los días son una contínua línea discontínua, que llevo mal las facturas y los retrasos, que ya es noviembre siendo aún octubre, que naufragué en los ojos azules de la chica de la bicicleta, que no es ni verano ni otoño ni invierno, que no tengo horarios, que son las once y tengo que ir al banco.

Será que que te debo una explicación.

2 comentarios:

Mario dijo...

De verdad, o en verdad, no te he leído. Escucha a Serrano y buscaba información para un relato sobre Fante... Y me he encontrado aquí, o he despertado aquí, al lado de tu primavera.

Ahora te leeré... pero sólo por Fante, me hice seguidor de tus letras.

Gracias

El missatger dijo...

Pues sí que me debes una... ¡será posible que nunca te decidas a suibr al norte! ¿cuándo subirás de una vez? Tantas promesas... me tienes abandonado.
Roger.