miércoles, 7 de octubre de 2009

El templado infierno


Surgió de la nada cuando ya todo eran huellas en la niebla. Llamó por teléfono como si no hubiese ocurrido nada, como si, al final, todo pudiera suceder de nuevo una y otra vez. Al cielo, que en ese momento estaba nublado, se le cayeron las estrellas al suelo haciendo agujeros diminutos en las nubes. Era de noche y pensé que quizá algunas llamadas llevan necesariamente impresas la premisa de que se han de perpetrar al menos con insidiosa nocturnidad. Y hablamos y reímos. Sí, quizá fue eso lo peor: que reímos. Y me preguntó qué tal todo y yo le dije que existía una chica y una bicicleta. Y le pregunté qué tal todo y me respondió vagamente que regresaba de un infierno. Otro infierno, otra vez. Y no supe qué sentir ni mucho menos qué pensar porque regresar del infierno y sentir que lo primero que necesita es llamarme por teléfono me produjo desasosiego. Y eso, en cierta forma me animó, porque antes estas llamadas me producían cierta alegría. Una alegría sucia y deshilachada pero alegría al fin y al cabo.

Llevo toda la mañana inquieto, hablándole al desierto de las páginas en blanco, no saliéndome una sola línea a derechas, borrando una y otra vez las malditas cartas de presentación. Hojas caídas de un otoño que no acaba de llegar. Sé que su llamada ya no conlleva ningún peligro y sin embargo, llevo quince horas perdido, durmiendo como mucho antes, no reconociéndome en los espejos, teniendo la certeza de que nunca se sale del todo del infierno, de que algunas personas representan para nosotros una gran hecatombe de la que se sobrevive por casualidad y nos obliga a reconstruirlo todo.

A eso de la una, he encontrado la calma. Estaba bajo el teclado, estaba en las palabras, estaba en la historia perdida y olvidada que se reencuentra y automáticamente despierta en la memoria las escenas que a uno le gustaron, obviando aquellas que a uno le atormentan el transcurso de algunas noches de insomnio. Me pregunto si volveré a padecer insomnio y si es así, en que invertiré ese tiempo. Me pregunto si volverá a llamar y se me enviará la fotografía que me prometió que me enviaría y que aún no ha hecho.

Esta mañana, cuando la chica de la bicicleta me llamó recuperé la alegría, como si la oscuridad de la noche anterior tuviera que disiparla con su llamada matinal y optimista. A veces, para vivir la luz y el sol tiene uno que haber pasado una temporada a tientas por la niebla.

Al final, a uno no le duele que las cosas no hayan podido ser. Al final, a uno lo que verdaderamente le duele, es que sean tan fáciles de olvidar.

2 comentarios:

Gata dijo...

Me has tocado el alma Toni con este post, te sientes igual q yo, yo tb he tenido "noticias de gurb" y escribí el otro día algo parecido, fue decirme "hola" y ya se me empezó a desmoronar el corazón, eso de la hecatombe...
Y aun sigo perdida, pero menos le dije q no me escribiera después de decirle algo...para poder quedarme al menos con lo que me dejó y me contestó y dijo: "lo q nos paso no es algo q no les haya pasado a cientos de personas antes q a nosotros. No te debo nada ni tu a mi..." y algo se rompió dentro, es curioso creía q ya no quedaba mucho por romper.

Un abrazo

hécuba dijo...

¿Por qué se empeñará el pasado en volver como si nada?
Un beso