martes, 15 de abril de 2025

El amargo don de la presencia

 



Siempre digo que suelo llegar a la vida de alguien para que se recupere de algo. No es que lo diga por decir, el guión casi siempre es el mismo: llego y hay un cambio de trabajo, un cambio de domicilio, un cambio de pareja, un cambio de destino. 

Y yo estoy ahí.

Me hubiese gustado tener a alguien como yo al lado en los últimos años. Hago reír, hago soñar, hago poner los pies en el suelo. Abro portales estelares o abro botellas de vino, depende del momento, pero sobre todo estoy ahí.

Luego todo pasa. Me olvido o me olvidan. Es algo kármico. Casi siempre me voy yo. Es un pacto que tenemos. Voy desapareciendo poco a poco o de golpe. Es fácil desaparecer, sólo tienes que dejar de hacer lo que fuese que hicieras para llamar la atención.

Estos días estoy haciendo reformas en mi piso. Estoy poniendo parquet y voy a pintar de gris las paredes. La vida es cambio. Dejar el piso de mis padres está siendo duro. Gerard contrató a una emprea para vaciar el piso y cuando fui ya habían entrado y se lo habían llevado casi todo. Toda la vida de mis padres y gran parte de la mía.

De mi hermana ya no queda casi nada.

Apenas sus hijos.

Sentí morir a mi hermana. Mi madre y yo nos despertamos al mismo tiempo y salimos al pasillo. Nos miramos y decidimos dejarla ir. A un kilómetro de distancia ella se dejó ir. No imaginaba que casi once meses después lo haría la persona que tenía en frente. Todo se va. Si he aprendido algo estos últimos años es que hay que aprender a decir adiós.

Hay que decidir dejar ir lo que tenemos agarrado.

Hay que soltar para que nos suelten.

Parece fácil, al menos decirlo. Lo fácil, a veces, es lo que más cuesta.

Hacía días que no escribía. Estamos en semana santa y apenas había escrito tres entradas. Pienso muhco en María B. Me gustaría que María B fuera una persona más sencilla, pero no conozco a nadie que tenga tantos frentes abiertos.

Nunca mejor dicho.

No sé si quererla o estar ahí hasta que, como sospecho, se irá. Me gusta cuando dice que nadie pela mandarinas para ella. Me hace gracia y al mismo tiempo noto que es algo importante para ella. No soporta el olor de las pelas en sus manos y, al mismo tiempo, le gusta su sabor...

Y a eso se reduce todo





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