jueves, 23 de febrero de 2023

Ser la imperfección cuando todo es perfecto

 


C me llamó el otro día. Quiere que nos veamos. Había decidido que no nos veríamos más porque sabe (aunque eso no lo dijo) que cada vez que nos vemos es como si tuviéramos claro que no hay otra persona en el mundo con quien queramos estar ni en ese momento ni nunca. Es la sensación que tengo siempre y noto que a ella le pasa igual, no queremos separarnos, alargamos el momento de despedirnos. No sé si eso volverá a pasar alguna vez más. 

C es una persona distinta cuando no está a cuando sí está. Como si hubiesen dos C, una que me quiere y otra a la que parece no importarle dejar de quererme. A mí me pasa algo distinto, para mí también son dos personas, pero las quiero por igual a las dos, lo que pasa es que soy un imbécil y no soy capaz de dar importancia a esos detalles que sí les dan por tener a otros. Otros que saben dar a entender a alguien que son importantes para ellos a través de esos pequeños gestos y regalos. 

A veces pienso que C merece a alguien mejor que yo, pero entonces nos vemos, hablamos y sé que ella no quiere a nadie mejor, o al menos eso pensaba hasta hace unos días. No sé cómo he sido tan idiota. Estoy acostumbrado a estropearlo todo, pero ahora no quería. Juro que ahora quería que C fuese parte de mi vida, no sé qué me ha pasado, quizá esa absurda idea de que todo el mundo estará mejor sin mí lo joda todo. Si lo paras a pensar resulta paradójico; la idea de que puedo joderlo todo es la que acaba por hacerlo.

Pues bien, hemos quedado esta tarde para vernos en un bar del centro, una de esas cafeterías informales que tanto el gustan a ella y que hay cerca de donde ella vivía antes. Ahora está todo lleno de calles peatonales pensadas para que los niños puedan jugar y así hacer que las familias vuelvan al centro. No creo que eso vaya a ocurrir. No sé si me gustaría que mis hijo jueguen en este tipo de calles. Yo me crié en una ciudad pequeña, donde podíamos ir a los descampados que aún no habían sido cubiertos por todos los edificios que se construyeron. Y cuando eso pasó hicieron parques lo suficientemente grandes como para que tuviéramos una sensación de semilibertad vigilada. A mí, los niños en los centros de las grandes ciudades me producen lástima. Sé que es absurdo, pero ver a gente viviendo en la calle, las aceras atestadas de gente, me llena de pesimismo. No veo que los niños puedan ser felices ahí, vuelvo a decir que seguro que es absurdo, quizá sea porque la ciudad siempre me ha parecido que le falta sol, que los edificios tapan cualquier posibilidad de naturaleza.

Sin embargo quedar con C me provoca una cautelosa alegría. Intuyo que no será como las otras veces, y que, por supuesto, no acabaremos tan tarde como para que quede la duda de si se va cada uno a su casa o los dos a una de ellas, pero eso no quita que bajo mi piel, el animal que todo ser humano lleva dentro meneé el rabo y de saltos de impaciencia.

Estar en este estado hace que algo dentro de mí esté alerta, nunca puedo estar tranquilo cuando algo bueno puede pasarme. Me da miedo que la tarde vaya bien y lo estropee en el último momento, se me da bien ser la imperfección cuando todo va camino de ser perfecto.



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