La últimas veces que había hablado con C no sabía que decir, ahora que sí sé lo que me gustaría que ella oyera sólo me salen palabras que sólo sirven para que ambos nos sintamos peor. Creo que cuando todo esto acabe C no volverá a querer saber nada de mí y tendrá sus motivos más allá de no darle celos a ese otro que no conozco, y me extraña en mí, porque antes hubiera averiguado cosas de él; sabría quien es, en qué trabaja, dónde vive. Quizá he cambiado para bien en al menos una cosa. Daría lo que fuese para poder decir lo mismo con respecto a C.
Cuando hablé con C noté que tenía miedo de algo, no sabría decir el qué. No de mí, creo. Yo soy un idiota integral, pero no sería capaz de hacer ni decir nada fuera de lugar, ni siquiera cuando me desespero ante situaciones que creo injustas. Noté que acababa las frases casi arrastrándolas, como un barco que se acerca al muelle y tiene que llegar justo al amarre con la velocidad justa para poder detenerse sin maniobras que puedan dañar cualquier parte. Al principio pensé que lo hacía para no hacerme demasiado daño una vez quedó claro que estaba conociendo a otra persona, pero luego empecé a sospechar que el motivo iba más lejos. No sabría decir por qué a veces lo que decimos tiene menos importancia que cómo lo decimos.
2 comentarios:
Decía Javier Marías que nos condenamos ppr lo que decimos y no por lo que hacemos. Será que las palabras tienen mucha fuerza y siguen resonando a pesar de el tiempo...
Hay más información en los silencios que casi todo lo que se dice. A veces comunicamos más en lo que no queremos decir, en lo que no nos atrevemos, en lo que diríamos si fuéramos otro distinto al que somos, uno que no tiene miedo a las consecuencias. Con el tiempo aprendemos que lo que el otro escucha inaugura otra época, una en la que somos esa persona que dijo algo que afecta aunque sea muy poco, a la forma con la que ve el mundo.
Cada frase dicha abre un nuevo universo o matiza irremediablemente en el que hasta entonces vivíamos.
Besos
Publicar un comentario