jueves, 15 de mayo de 2008

En el país de miles de esfinges


Es absurda la vida. Nacer para morir. Y entre tanto, perder el tiempo, como cuando estás en la sala de espera esperando a que te visite el médico. Es estúpido si lo piensas. ¿Y ahora que he nacido qué hago? se dice uno con cara de tonto. "Seguir unas normas de uso" y aprendes a hacer lo que los demás, a vestirte como los demás. Me acuerdo de aquellas sesiones de colonia y peinado que... ahora que recuerdo, cuando por las mañanas me levantaba para ir al cole mi madre ya se había ido a trabajar. Todas las mañanas de mi infancia fueron un después de que mi madre volviera a trabajar. Eso ahora da igual, aunque lo que haga inmediatamente después de levantarme no difiera tanto de lo que he estado haciendo los últimos treinta años. En esencia todo es lo mismo.
En esencia todo es lo mismo, todo es un repetir la misma escena, el mismo reloj marca las mismas horas de días distintos que se parecen mucho entre sí; pero que son el mismo, la misma estructura, veinticuatro jodidas horas, levantarse después de dormir, irse a dormir cuando el sueño le dice a uno que ya es bastante por hoy. Desayunar, comer, cenar. Y mientras esas pequeñas islas de perder el tiempo. Sé que estoy vivo cuando pierdo el tiempo, cuando se me cae a borbotones y se desparrama por mi nada. Entonces sé que todo lo demás es un despropósito, una forma de ser otro, de mantenerme en movimiento para no pensar. Para que no se me pase por la cabeza dejar de huír.
Me paso la vida huyendo. No sé de qué ni hacia dónde. Sólo sé que huyo de algo inconcreto, de un gran monstruo, de un irreal país de esfinges que plantean enigmas que me mantienen entretenido.
Si pudiera elegir una cosa (una sola) elegiría dejar de huír o saber de qué estoy huyendo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo si pudiera elegir una cosa pediría tener un coche descapotable de esos rojos, vivir en Nueva York y despertarme cada mañana al lado de Eduardo Noriega.
No, venga, es coña y eso (o no, no sé).

Yo no huyo de nada ni de nadie, de hecho tengo una enorme facilidad para enfrentarme a las cosas o a las personas que creo no merecen ni un minuto de mi (valioso) tiempo y apartarlas sin remordimientos de mi camino.
Estuve casi ocho años encerrada en una jaula (no, no estuve en la cárcel) (bueno sí, pero no en la que tú imaginas, tranquilo) y un día, al mirar mi reflejo en el espejo, me di cuenta que no conocía de nada a la persona que veía así que dije: "La vida, para bien o para mal sólo se vive una vez y mi vida es mía".

Ahora voy alegremente cantando cancioncillas por las calles cogida de la mano de la niña de Mujercitas, oliendo las flores del campo y tomando limonada fresquita...

No corras, no sirve de nada, sea lo que sea lo que creas que te persigue no dejará de hacerlo hasta que te enfrentes a ello.

Un beso.

P.D.: Mis gatas se llaman Chiqui y Chica. Lo sé, soy muy simpática ( y no tengo abuelas) pero carezco totalmente de originalidad.
O soy perezosa sin más. Depende.

Anónimo dijo...

Uf! qué agobio... pasa de leerlo, total, tampoco digo nada importante y eso.

Espera a la primavera, B... dijo...

Demasiado tarde... ya lo leí. Ahora tengo curiosidad por esos ocho años en el agujero. Ya ves, curioso que es uno.