Escribo casi al mismo tiempo que estoy seguro que estoy empezando el proceso de desaparecer del todo. Cada minuto que pasa es el momento en el que se inicia una cuanta atrás. Somos todas las cuentas atrás de las que no somos conscientes, estamos hechos de inicios con un solo final.
Me pregunto si el encuentro fortuito con C tiene algo que ver con que M se ha convertido en todos los inicios que he deseado los últimos días, con todos los principios del resto de mi vida. Por eso me releo y me acuerdo de que hace poco más de un mes nada de lo que tengo ahora con ella era una remota posibilidad, un imposible que empieza a parecer posible. Ni siquiera sé aún si lo es.
Y entonces aparece C y me dice que le hubiese gustado almorzar conmigo. Nada tiene menos sentido que eso. C es pasado como probablemente lo será un día M, en cuanto la decepcione. Se me da bastante bien decepcionar. Es una maldición disfrazada de hábito.
Persigo al hada, le digo que la quiero, pero me cuesta hacerlo porque somos dos estrellas errantes cruzando el cielo en sentido contrario que tarde o temprano se irán alejando. ¿Qué me quedará entonces? Seremos el recuerdo fugaz el uno de la estela del otro.
En otro tiempo mi vida acabaría de encontrar su sentido. Hoy, sólo es un momento de confusión más.
Vivo el momento.
Me pierdo, como siempre.
Pienso en los ojos azules intensos del hada de la ciudad del agua y no sé qué me pasa. Había soñado con ella desde que era un niño y ahora... está ahí. Vino de la otra parte del mundo. Y no creo merecerla y al mismo tiempo no sé si tengo derecho.