No sé en qué lugar estás, no sé en qué tiempo vives, y si coincidimos o no en él, o si somos dos personas o cuatro o veinte al mismo tiempo. No sé si somos múltiples personajes en una misma Historia y si podemos coincidir sin que el universo explote. No sé si al hacer el amor contigo lo estoy haciendo en realidad conmigo mismo, en si al estar juntos somos en realidad la unión de piezas de un puzzle que conforman la solución a un misterio o si bien es la formulación de un hechizo que abra otra puerta a otro mundo.
En cualquier caso, me gusta la idea de que tú eres un poco yo y que en mí habitas tú.
No recuerdo donde leí que la combinación de todas las letras y sus números correspondientes del abecedario hebreo forman 15 mil millones de posibilidades y que hay una para convocar la perfección en cualquier ámbito, ya sea salud, amor, trabajo... Me gusta pensar que entre 8 mil millones de personas tú y yo (o sólo yo como parte de ti o sólo tú como parte de mí) hemos coincidido en este metro cuadrado, que estás a un instante a punto de darme un beso o de dártelo a ti a través mío.
Me gusta creer en cosas que sólo son probabilidad. Las probabilidades que la realidad convoca no siempre son estrictamente fruto de una entelequia matemática. A veces todo colapsa en un instante de ínfima probabilidad hecha real. Y cuando eso sucede uno ya no vuelve a ser el mismo. Que algo muy improbable suceda es lo más cercano a la brujería, como que tú y yo nos encontráramos entre 8 mil millones de almas, que decidiéramos nacer o nos nacieran tan cerca el uno del otro y al mismo tiempo tan alejados si hubiésemos nacido un siglo antes, que me mirases y cuadraran en tu subconsciente los criterios para no descartarme de inmediato, que mi tono de voz estuviese dentro de lo que no te es molesto, que te gustaran los hombres con barba, que no hubiera nadie que en tu vida en ese momento, que no estuvieses en ese punto de tu vida en el que no quieres nada con nadie, que yo supiera llegar, que le gustase a tu perro, que tuviese algo interesante que contar en el momento que tú estabas receptiva a escuchar.
La gran trampa es pensar que todo tiene un porqué o un "para qué". La vida es eso que sucede como el paisaje en un viaje en tren, sin que uno pueda pararlo porque está vivo, y mientras uno está vivo uno va hacia adelante mientras le pasan cosas. Es imposible que no te pase nada. Vives y el aire que respiras ya es algo con lo interaccionas, se te pega a la hemoglobina, te oxida poco a poco su apenas veinte por ciento de oxígeno. Vivir es una lucha constante contra el deterioro, tu cuerpo repone tejidos a contrarreloj con alimentos que y agua que atrapas. Trabajas para conseguir estar en el sistema para acopiar más material con el que vencer al gran destructor en el que estamos inmersos como peces.
Y entre todo eso, y a pesar de eso, y contra eso y buscando algo infinitamente inmenso que lo combata durante todo el tiempo que podamos, aquí estoy. Queriéndote. Preguntándome si somos tú y yo o somos sólo tú o sólo yo en dos formas distintas, pero sin poder evitar seguir queriéndote.
No sé si leerás esto algún día.
Yo voy dejando por escrito lo que pienso, sigo ahí, como si alguna vez esto fuese tan importante que evitarlo pudiera ser considerado una catástrofe.
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