miércoles, 7 de agosto de 2024

El día en el que nada cambió




Si pudiera volver a un instante de mi vida, volvería al momento en el que te conocí, volvería a darte un beso en la mejilla y hubiese mantenido un sólo segundo más tu mirada. Siempre he pensado que todo hubiese cambiado si hubieses sabido que en mí había una feroz determinación de saber quién eras, no quién pretendías que los demás creyeran que eres, sino de eso que uno tarda una vida en saber de sí mismo, en eso que navega en un mar de contradicciones y que, quizá, sólo vemos claro justo en el momento en el que dejamos la vida y lo comprendemos todo. Por qué vinimos y a qué vinimos.

Y llo hacemos porque ya nada importa.

Las cosas que importan son a las que no le damos importancia, las cosas que importan son las que me llevan a escribir esto un miércoles por la mañana, un día caluroso de verano, cuando debería estar trabajando o de vacaciones y no estoy haciendo ni una cosa ni otra.

Y echarte de menos sin que te pueda echar de menos, sabiendo que existe un universo en el que sí mantuve ese segundo en las aguas profundas de tu cristalino, mantuve la respiración y supe volver a la superficie, pero ya nunca a ser el de antes de hacerlo.

Tú tampoco.

Así se escriben las historias, así nacen los para siempre y se tejen las eternidades. Es por eso que valoro tanto el tiempo, porque el tiempo no es lo que creemos que es, es lo que hacemos con lo que nos concede. Y a mí me concedió a ti.





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