miércoles, 14 de junio de 2017

Y ese otro yo no sabe vivir sin vos.


Le voy a echar de menos. El tiempo se escurrirá y yo con él, lejos, aguas abajo. Aunque no podamos olvidarnos ya el uno del otro sé desapareceremos entre la bruma de la rutina. Ya sabe, no es nada personal, es esta tendencia mía a destruírlo todo. A empezar de nuevo sobre las cenizas de lo anterior. No voy a disimular que me importa. O tal vez sí. Disimular se me da bien. Creo que llevo disimularndo toda mi vida. Diría que, en realidad, soy otro al que nadie conoce. Alguien que no me atrevo a ser.

Por eso suelo irme, porque a veces llego a cierto límite en el que no me queda más remedio que dejar de ser el personaje y tener que ser yo.

Odio ser yo.

Sea quien sea ese. A veces creo que nunca he sido, sólo he estado pendiente de cumplir con el papel que ejecuto.

Está bien así. No me siento cómodo pero me siento vivo.

Sentirme vivo es lo más cerca de estar vivo de lo que nunca estaré.

Pero últimamente no consigo centrarme, me diluyo. Mi equipo me ha recomendado visitar un neurólogo. Supongo que debería hacerlo. Aunque creo que lo que ocurre es que estoy cansado. Muy cansado. Cansado de estar cansado, de sostener tantas cosas que debería convertirme en gato para disponer de sietes vidas.

Hoy alguien me dijo algo como "parece que estás pastoreando un rebaño de gatos". Me gustó la imagen. En el fondo es algo así.

No sé, me estoy perdiendo. ¿Ves? Igual tienen razón.

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