jueves, 13 de noviembre de 2014

El último día de mi cordura

No me acuerdo cómo la conocí, pero sí cuándo la vi por primera vez. Salía por la puerta grande de un edificio de oficinas, vestida de El Corte Inglés y oro, con un escote sin costuras que le sentaba tan bien que me sugirió el título de un blog y mi epitafio. Le nacían auroras boreales en el pelo que levantaban huracanes de miradas, ardían las retinas a su paso, era una de esas pesadillas que uno no quiere que acaben nunca porque se sabe mero espectador y eso le hace sentir a salvo. Algún demonio había convertido el deseo en realidad y la realidad de nuevo en una quimera y a mí, supongo me pareció un espejismo pasajero que vino tan rápido que creí que se iría de la misma forma... Ese fue el principio de mi inmensa suerte y de mi oceánica agonía. Fue el día más feliz de mi vida.

Y en el que el destino fue más cabrón conmigo.

Yo tenía treinta y muchos, y una casa, y una mujer, y una amante tan, pero tan bonita... a la que mentía diciéndole que lo dejaría todo para irme con ella a vivir muy lejos; pero ese día, ese en el que la vi por primera vez bajando unas escaleras, me rompí la cordura por tres sitios que aún me duelen cuando cambia el tiempo; ¡y como he desperdiciado mi vida desde entonces! no cuento el tiempo a partir de ese instante porque voy detrás de él (del mísero e implacable tiempo) como si me llevara atado con una correa, dócil y resignado hasta que la muerte me cruce la cara y me grite por fín¡despierta!.

Y no es que me pese haberme convertido en esto sin alma que soy ahora, es más, siempre lo he dicho a quien me ha querido escuchar, la locura dio sentido a mi vida, o lo que es lo mismo, me empujó al abismo y mientras caía soñé que volaba.

Sabía que iba a morir a causa de ella, que me llevaría a un estado de enfermedad obsesiva y mortal por sobredosis, que su presencia acabaría siendo mejor que su ausencia, que su cuerpo era una droga, el síntoma, la excusa, y yo el que se cuece a fuego lento, el delirar por las noches, las treguas del fin de semana, las coartadas cada vez más inverosímiles, los celos de todos los que podría conocer a cada instante y el suplicar conociera a otro que se la llevara lejos de mi vida...

... y todo lo que escribí para ella...

Sé que voy a morir de ti,
que tú eres el virus
y yo la fiebre.

que voy a quererte hasta hacerme voz
hasta que te enamores de nuevo
aunque sea de otro hombre que no sea yo,
porque sé que no voy a ser yo.

Voy a odiarte mucho de menos.


1 comentario:

José A. García dijo...

Eso tipo de personas que te cruzas una sola vez en la vida y que, si la dejas pasar, todo parece un poco más gris y desdibujado luego...

Suerte con ello.

J.