miércoles, 5 de marzo de 2014

Watching the wheels go round and round


Al principio creía que que todo iba a ser más fácil. Si he de ser sincero, pensaba que una vez llegado a los cuarenta la vida iba a ser una lucha diaria de baja intensidad contra la desidia, que al llegar esta etapa de la vida, sólo me quedaría la sorpresa fingida y de vez en cuando alguna pequeña sorpresa de verdad que me sobresaltara y me descolocara aunque sólo fuera por unos momentos.

Pensé que la vida iba a ser como remar sobre las aguas tranquilas de un estanque y que . Sin embargo, a veces me siento como si navegara en un mar embravecido, ni tan siquiera sin destino marcado, sólo con la idea en la cabeza de salvar la ola siguiente y rezar para que amaine la tormenta.

Supongo que pensaba que mi vida iba a ser como la de la generación de mis padres, que trabajaron treinta años en una misma empresa haciendo casi siempre lo mismo. Sé que los tiempos van cambiando, que la tecnología lo ha cambiado todo y que la sociedad vive acorde a ello. Iba a decir que aunque lo parezca, no me estoy quejando, pero sería demasiado evidente que mentiría. Una de las cosas que últimamente más vigilo es eso de mentirme a mí mismo, porque me he dado cuenta que tal y como a veces se ponen las cosas, la esperanza sólo se sostiene a base de ficciones, de proyectos que se alargan en el tiempo. Me he dado cuenta de que a veces la esperanza se basa en alargar los plazos hasta el siguiente punto de verificación, que lo mejor para no saber en qué estado se encuentra uno, es no preguntárselo.

Pero he de admitir que es una mala estrategia. Porque si bien el destino es algo que uno no puede llegar a controlar, sí que se puede prever con la información suficiente y por adelantado. Supongo que eso forma parte del aprendizaje: no obviar lo que es obvio, no poner a la esperanza como pantalla tras la que ocultar la realidad que se avecina.

Desde hace un tiempo evito escribir en el blog; cuando entro, leo post antiguos y me dejo llevar de unos a otros de una forma caótica. Los leo antes de mirar la fecha en que fueron escritos y casi siempre soy capaz de recordar qué me impulsó a escribir aquello, más allá de las ideas, orbitando alrededor de fuertes emociones... es como si hubiese escrito un mapa que me permitiera viajar a los rincones de mi pasado más inmediato, como si al leerlos pudiera encontrar motivos de cómo soy ahora, de por qué elegí ciertos caminos.

A veces soy capaz de ver que en aquellos escritos anticipaba acontecimientos que luego fueron casi inevitables, que intuía las situaciones y las reacciones que se sucederían con el paso del tiempo. En ellos puedo reconocer eso de lo que hablaba antes: la locura de cerrar los ojos y apostarlo todo a la esperanza en un juego casi de azar en donde las posibilidades de éxito tienen sus propias estadísticas, que nunca sopesé.

Tengo que decir que desde que vuelvo a leer los post antiguos tengo más claro que vivir es apostar por la locura, es jugar cuando no existen unas reglas para el juego. Vivir es eso que nos lleva cuando creemos que seremos eternos, y sólo tenemos el derecho de serlo cuando somos jóvenes. Imagino que uno madura cuando se da cuenta de que el resto de lo que queda por vivir es más corto que lo ya vivido. Me gustaría pensar que empiezo a ser consciente de que los errores del pasado no son tan eternos como yo mismo, que a esta edad la consciencia empieza a tener un peso que evita que siga volando en pos de quimeras. También he de decir que soy consciente de que me tocó vivir un tiempo de incertidumbres, de inseguridades, de olas de diez metros, en lugar de las tranquilas aguas del estanque imaginado.

Todo lo que ocurre por sorpresa ocurre porque hemos aceptado por verdades conceptos de vida que correspondían a épocas que no eran nuestras, sino de los que nos educaron. Supongo que el trabajo no es para siempre, ni la pareja, ni nada de lo que sí fue para nuestros padres. A mí eso me ha costado comprenderlo y el blog contribuyó a mostrar mi perplejidad antes todo los cambiante. No voy a negar que aprendí a base de encontrarme una y otra vez la realidad. Y la realidad es tan cruel como altas ponga uno sus expectativas.

Y supongo que pasó eso: que las expectativas sólo estaban basadas en la esperanza de que todo fuera como yo quería que fuera y cerré los ojos a ello.

Quizá debí abrir más los ojos. Aceptar lo que se me estaba ofreciendo, no apostar al rojo cuando cabía la posibilidad de que saliera el negro.

Pero, ¿y si hubiera salido el rojo?

1 comentario:

Anónimo dijo...

La educación está más desactualizada que nunca, para empezar nos intenta hacer iguales a todos...