martes, 19 de noviembre de 2019

Llevarte bien lejos



A veces intento poner una pizca de cordura en todo esto, pero no puedo. Otra noche sin dormir. Siempre es por lo mismo y ya llevo así tres años. No creo que todo esto tenga muchas posibilidades de llegar a algún lado. Me gustaría creer que un día me despertaré y seré normal, no tendré que sujetar a los demonios que llevo dentro. Creo que es genético. Una malformación en algún gen de mierda que en el paleolítico me llevaría a ser un guerrero excepcional, pero no ahora. En esta época esto es todo lo pero que se puede ser. Todo va bien hasta que un día deja de ir bien y saco al monstruo a darse una vuelta cerca de mí. Sé que hay medicación para eso, pero no hay cura del todo. Todo la vida seré lo que soy y no cambiará. Un 99.999% de vida normal y un 0,001% de descontrol y todo se desvanece y a empezar de nuevo.

N me llama por la mañana. Con N todo era distinto. Hace días que no respondo a sus correos y está enfadada. Me pregunta si existe alguna posibilidad de que se solucione algo, pero le digo que probablemente no. Se enfada más y me manda a la mierda. No sé cómo lo hago, pero logro que se calme. Debe de ser cierto eso de que hay que sonreír incluso al hablar por teléfono, aunque el otro no te vea.

Quedamos para mañana en un bar del centro. Dice que lleve la mercancía y ella traerá el dinero. No sé por qué pero no me gusta ese cambio tan rápido del cabreo a quedar para un negocio. En toda historia siempre se detecta un fallo. Es como en las películas: no puede aparecer un personaje de repente que antes no te hayan presentado. Es de primero de narrativa: cuidado con los fallos de guión. Por lo visto hay un negocio y alguien oculto que lo propone.

La propuesta de N tiene un fallo de guión muy grande. Un agujero del tamaño del sol. Me pregunto si debo quedar o no presentarme. O ir con las manos vacías y no ir a por todo hasta que no tenga claro que no es una trampa. Al fin y al cabo N tiene la habilidad de andar siempre con gente peligrosa. No me extrañaría que se hubiera metido en algún lío, o peor aún, que la haya atrapado la policía y esté negociando un trato con ellos.

Ella es capaz. Es de esa clase de personas que no mira a los ojos. Además oí que no está del todo limpia, que ha vuelto a las andadas. No es de esas personas que se vayan de la lengua a las primeras de cambio, pero eso siempre depende del tamaño del lío en el que te hayas metido y de lo que te pueda llegar a caer de condena.

Me vuelve a llamar media hora más tarde. Me da instrucciones. Ahora ya es seguro que es una trampa. Esa media hora ha sido la que han tenido quienes sean para trazar un plan para prepararme una encerrona. Lo siento N, esta vez no puedo ayudarte. Esta vez se trata de ti o de mí. Y tengo demasiado estima a ir a donde quiera como para caer en algo tan burdo.

Le contesto que no sé de qué me está hablando y ella insiste. Me dice que ya lo habíamos hablado y me grita cada vez más nerviosa hasta que se derrumba. Entre sollozos me dice que no le haga eso, que está mal y noto que está a punto de confesar que está en un lío de los gordos.

Sigo en mi papel de no sé nada mientras ella se ahoga entre sollozos. Se me parte el alma pero hago los imposible para que no se me note. La conversación acaba cuando ella cuelga después de un rato en silencio. Se despide de mi con un adiós que suena muy para siempre.

Recuerdo cuando N y yo éramos algo así como novios. Las noches de fiesta y follar como jaguares, yo llegué a quererla más que a nada ni a nadie en el mundo, sólo que no me daba cuenta. Y ella a mí, de eso tampoco me di cuenta.

Si es la policía la que está detrás de la llamada seguro que pasará un montón de años entre rejas. No está hecha para ello; es una princesa con un mal hábito, demasiado libre y demasiado caprichosa para adaptarse a un agujero lleno de alimañas. Si es alguien a quien le debe dinero será peor. No me puedo imaginar qué le harán.

Salgo a la calle. Empieza a hacer frío. En esta época del año oscurece antes y al sol no le da tiempo a calentar ni el asfalto ni las fachadas de los edificios. Por suerte tengo un buen abrigo, regalo de un amable muchacho demasiado confiado. Bajo hasta el centro buscando las calles menos concurridas. Hay dos tipos de personas: las que evitan las calles solitarias y las que se sienten seguros en ellas. Yo soy de los segundos, no tengo miedo porque todos saben que a quien tienen que temer es a mí.

Antes no era así. Como todos el mundo yo también fui joven e ingenuo. Hay quien lleva la malicia desde que nacen. Yo no. Mi proceso fue otro. Que N se fuera fue parte de ese proceso.

Me cago en la puta. Sé que ahora no puedo permitírmelo, no puedo pensar en eso. N se lo ha buscado solita. Si estuviera conmigo o hubiera seguido mis consejos ahora no estaría así. Creo.

Llego al centro y busco un bar al que solíamos ir hace años. Pregunto por el baño y en el mismo pasillo sigue existiendo una puerta que da a una calle trasera. Intento abrirla y no se abre. Creo que no podría abrirla ni en un millón de años.

Me voy a la barra y le digo al camarero que si sabe quién era el antiguo propietario. Me dice que era su padre. Me gusta como ha cambiado el local, le digo. ¿Sabes? era muy amigo de tu padre, le miento. ¿Qué ha sido de él? le pregunto. Me dice que murió hace un par de años y le digo que lo siento de veras, que era un tío legal y le cuento que a veces nos abría la puerta de atrás cuando nos metíamos en líos cuando éramos chavales para escapar de una banda de otro barrio que bajaba al nuestro en busca de pelea.

Noto que le gusta escuchar cosas buenas de su padre. A todo hijo le gusta que le recuerden algo bueno aunque sólo sea por contrastar la realidad de una relación apestosa. Sólo valoramos a los que no están cuando antes no les hacíamos caso, eso es todo. Supongo que es una forma de luchar contra el olvido. Le pido una cerveza y brindo a la salud de la buena gente. Ya ha mordido el anzuelo.

Salgo del bar despidiéndome del dueño por su nombre de pila. Unos metros más allá agarro el teléfono y llamo a N pero no me lo coge.

Tres minutos después me devuelve la llamada.

- Mañana a las cinco en el bar con el toldo verde de la plaza del ayuntamiento, le digo.

- Mañana son las fiestas. Estará todo abarrotado. ¿No sería mejor en otro sitio más tranquilo? me pregunta.

Le cuelgo sin decirle nada más. Vendrá.

En el último momento le cambiaré de bar y la citaré en el que he estado esta tarde, sólo a unos pocos metros del otro con el toldo verde.

Sé que me estoy metiendo en un lío del que si no salgo bien, acabaré muy, pero que muy mal. Ni tan sólo creo que N se merezca una oportunidad por lo que estaba a punto de hacerme.

Pero recordé que a uno le hacen lo que se deja hacer.

Que en el fondo todos somos culpables del mismo delito.

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