miércoles, 27 de octubre de 2021

Re-todo




Las cosas no andaban bien. Todo lo que había que hacer era estar atento y escuchar para saber que había un lugar proscrito del que no podías salir sin pedir ayuda. Pedir ayuda nunca estuvo en nuestros planes. Creo que era porque nos habían educado así o porque lo habíamos visto en las películas. Hemos aprendido que todos los protagonistas pueden con todo, el camino del héroe, ya sabes. La literatura es diferente, uno puede ser y sentir lo que ocurre en la mente del que cuenta la historia y acaba por saber que, en el fondo, todos somos un poquito iguales, que somos lo que somos pero podíamos haber sido otros con otras circunstancias a nuestro alrededor.

Que somos de plastilina en manos de quienes nos crían, y a la vez de los que los criaron a ellos y así hasta no sé cuántas generaciones. Algo así como la uva de abajo del racimo y la semilla que creará otros... el eslabón de una cadena que crece y se oxida al mismo tiempo, que no tiene principio ni fin. Me hubiera gustado estar a tu lado para sujetar el extremo al que estabas sujeta, estar atento cuando se rompió y haber estado ahí para hacer algo.

Llevo días obsesionado imaginando cómo fueron nuestros primeros pasos juntos. Tú tenías seis años cuando nací. De lo que estoy seguro es que si un bebé piensa al verte pensé que había caído en un lugar inmejorable. Me pregunto si pensaste que yo era tu hermanito pequeño y si quisiste cuidarme siempre, en si eso es una decisión que se toma o es algo que le nace a uno sin que se pueda hacer nada en contra. Si hay miedo o sólo ilusión. 

No sé si puedo seguir con esto. Intuyo que sí puedo, pero siento que no. Ya sólo queda mamá y tal y como están yendo las cosas puede que no siga mucho tiempo sin querer verte. Y entonces me quedaré solo (si no me voy antes). No sé llevar bien la soledad. Pensaba que estaríamos mucho tiempo juntos y no me acostumbro a ello. 

Me hubiera gustado haberme despedido de ti como se merecen los que son algo más que hermanos, pero no imaginaba que te irías al día siguiente. 

Entiendo que somos ese algo que tiene un nombre durante un tiempo y luego ya no. El caso es que me cuesta pronunciar tu nombre. Me cuesta imaginar que ese sonido sigue ahí nombrándote sin que tú no estés.

Son demasiadas cosas que no entiendo. 

Y que creo que no voy a entender nunca.



martes, 26 de octubre de 2021

La entrada que nunca quise escribir

 


No podría. Sé que no podría ir a donde estás y volver. No hay camino de vuelta porque cuando dejas de estar aquí ese aquí desaparece.

No creo que tengamos esta vida para gastarla en sobrevivir. Hay que ir a por ese sueño para el que estamos programados ir a descubrir. Me pregunto cuál sería el tuyo. Si alguna vez lo tuviste y si es así, a cambio de qué lo dejaste ir; si yo tuve algo que ver, si yo tuve la oportunidad de acercártelo de alguna forma.

Me gustaría creer que tenemos otras oportunidades y nos veremos en otra vida, que en el fondo esto no ha acabado, que te has ido y yo sigo aquí por un tiempo más, pero que no es definitivo. Yo también me iré y no importa nada el cómo ni el cuándo, porque en el fondo notar tu ausencia es, en realidad, otra forma de notarte imprescindible a lo largo de los años y también de las vidas que llevamos y nos faltan.

Me gustaría (sé que lo haremos) coincidir en toda la eternidad que nos quede tantas veces como sea posible. Ahora lo sé: eres la alegría, la palabra siempre amable. Creo que por eso notamos más tu falta.

Me queda la oportunidad de hacer las cosas que siempre me dijiste que yo era y no me atrevía a ser. No sé si me entendía o lo hacías demasiado bien. 

Nadie sabe casi nada de uno mismo.

A veces pienso que tú sí tenías esa capacidad.

Me siento extraño escribiéndote aquí. 

Aquí sólo le escribía al otro lado de la tela de araña.





lunes, 18 de octubre de 2021

Samira



Samira tenía los ojos negros y tan grandes que parecía que siempre estuviera mirando las cosas con sorpresa. No es que fuera expresiva, es más, diría que en los dos años que pasó con nosotros, no hizo nada parecido a una mueca. Tampoco sonreía, ni siquiera cuando nuestro padre jugaba a hacerle cosquillas, al menos no con la boca; a veces había una amago de alegría detrás de aquellos ojos tan oscuros, un casi imperceptible brillo al tiempo que los entornaba. Duraba poco, lo que un relámpago, pero a toda la familia se nos llenaba de dicha el resto del día, por eso creo que cuando mi padre murió y, pondría la mano en el fuego, todos lo sentimos un poco por Samira, como si supiéramos que se volvía a cerrar la puerta de la que él sólo había abierto una rendija. Creo que ya nunca volvimos a ver aquél atisbo de felicidad en su cara. Mi padre se llevó casi todo con él. Nunca sabes lo bien que estás hasta que desaparece quien lo hace posible. 

Toni y yo teníamos catorce años, y Samira no debía tener más de cinco. Si antes iba siempre a donde estaba Toni, desde ese día no se separaba de él, como si tuviera miedo que al perderlo de vista también se fuera para siempre. No sé qué había vivido esa niña de pequeña, pero si de algo estoy segura es que fuera lo que fuera, no podía olvidarlo, no quería quedarse sola. Y eso también aprendimos a verlo, quizá yo estaba en otra movida, pero cuando estaba en casa, no podía dejar de ir a donde estuviera ella y darle un abrazo y decirle que todo iba a estar bien. A veces me culpo por no haber notado nada en aquellos momentos en los que la apretaba contra mi pecho, un temblor, un suspiro, una sensación, no sé, algo. 

Antes de la muerte de mi padre, cuando salía de casa Samira venía a la puerta conmigo y me daba la mano para que la llevase fuera, le encantaba bajar a la calle e ir de la mano conmigo a caminar por el barrio, no le importaba dónde. Después, cuando salía con mis amigas, ya no la llevaba conmigo. Al principio me seguía a la puerta y yo le decía que no podía venir, que luego vendría y saldríamos las dos, pero casi siempre se me hacía tarde para ello. Durante un tiempo, siguió viniendo a la puerta cuando intuía que yo iba a salir, pero ya no me daba la mano, se quedaba esperando a que le extendiera yo la mía. Con el paso de los días, y para evitar aquella escena, empecé a salir sigilosamente y sin dar explicaciones a nadie. Toni me dijo que cuando oía la puerta cerrarse, Samira iba corriendo hasta el recibidor, luego volvía a allí donde estuviese, cabizbaja. Seguramente Toni se quedaba con ella un rato, o ella se sentaba a su lado mientras él hacía los deberes. La verdad es que hubo un momento en el que no sabía qué hacer con ella. Si al menos hubiera tenido algo por su parte, lo que fuese, una sonido, un... lo que sea. Toni tampoco sabía qué hacer, pero él era diferente a mí, a él le gustaba el silencio y estar solo con sus libros. En el fondo se hacían el mismo tipo de compañía uno al otro. Les bastaba la presencia del otro para no sentirse completamente solos mientras de puertas adentro se sentían cómodos en su mundo. Y aunque de Toni me imaginaba qué podría haber en él, de Samira no podía saber qué cabía en un vida tan pequeña y tan corta. Quizá fue eso lo que me separó de ella, aunque en el fondo sepa que, en realidad, lo que me alejó fue que yo no podía ser la persona que ella necesitaba que fuera y esa responsabilidad me quemaba. Soy más egoísta de lo que aparento, me importo yo más que nadie, hacer lo que me da la gana, que nadie me controle.

Noté que esa última frase iba dirigida a mí. Me estaba advirtiendo de algo a lo que yo apenas me había asomado y no tenía muy claro si la altura de la posible (y probable) caída merecía arriesgarse. Hasta el día del funeral de Toni, Elena había sido su hermana; su hermana gemela. Bueno, en realidad miento, Elena era una mujer atractiva; eso era indiscutible y cualquier hombre la hubiera visto como yo el primer día que la vi en casa de la abuela de ambos, pero si de algo estoy seguro es que Elena no me vio de la misma forma que yo a ella. No al menos ese día, ni los siguientes. 

¿Sabes? Casi nunca somos capaces de ver nada de nadie. Somos translúcidos, a través nuestro sólo dejamos ver sombras que el otro interpreta en función de lo que está preparado o dispuesto a creer. Por eso obviamos lo peor de algunas personas, por que no somos capaces de imaginar hasta donde están dispuestos a llegar. Nos sorprende el no haber intuido una vez las cosas han pasado, porque algo dentro nuestro lo intuía. Hay que escuchar más a la intuición. Es como si las cosas sucedieran antes de que ocurran y pudiéramos saberlo de alguna forma que no llegamos nunca a dominar.